miércoles, 27 de enero de 2010
















EL CALENTAMIENTO GLOBAL

- Hola. ¿Qué hay?
- Mira, mucho calor.
- Y más que va a hacer.
- Retírate un poco que me prendes, tío.
- Es que soy el calentamiento global.
- Ya decía yo. Vaya veranito que nos has dado, mamón. ¿Qué quieres ahora?
- Me manda la atmósfera a deciros que o dejáis de tocarle los oxígenos o vais a pasar lo
que no está en los escritos.
- ¿Se ha levantado hoy con malos humos?
- Los que vosotros echáis
- Que deje de dar por saco y se ponga mascarilla.
- Tan grande no venden
- ¿Ha mirado en Leroy Merlín?
- Vosotros tomároslo a cachondeo.
- Dile de mi parte que se pasa de sensible
- Si vieras cómo tiene los bronquios estratosféricos, no dirías eso.
- Si tanto le molesta el CO2, que lo mande al infinito.
- No sé cómo.
- Haciéndose un agujero en medio para que salga. Como una campana de cocina, pero
a lo bestia.
- Tú de astrofísica sabes poco.
- Lo justo para respirar por aquí debajo.
- Por eso dices lo que dices
- De todas formas, la tía lleva un tiempo en plan tocapelotas.
- Porque tose mucho.
- Vaya cosa. Y, yo. Mira: ¡kuff! ¡kuff!
- Es que ella cuando tose, tose tifones.
- Y, ¿por qué no apunta hacia otro lado?.Que los mande a Marte; allí no molestan a nadie.
- Más quisiera, pero no le deja la gravedad.
- Otra tonta igual. Vaya fijación que tiene con eso de atraernos tanto. No la sacas de ahí.
- Gracias a ella no os despeñáis por el universo, así que calla.
- A ver si lo que tiene la atmósfera es la gripe nueva. ¿Ha ido al médico?
- No, ella va al científico
- Yo he oído hablar de uno. No sé qué tal será.
- ¿Quién?
- El primo de Rajoy.
- Muchas gracias, pero ya está yendo a otros.
- ¿Qué le han dicho que tiene?
- El efecto invernadero
- Suena a plantación de tomates bajo techo de plástico.
- Y lo que tú dices, a ensalada mental
- Empanada
- Cada uno que tenga lo que quiera, ¿no te parece?
- Bueno, ¿y qué es el efecto invernadero?
- Yo mismo, pero con otro nombre.
- A todo esto: ¿Se puede saber de dónde sales?
- Vosotros me producís.
- Acusica, ¿y tú qué produces?
- Derretimientos polares.
- Te advierto que tanto hielo era un tostón.
- Subirá el nivel del mar.
- Mejor. Tendremos marisco fresco a la puerta de la calle.
- Desaparecerán muchas especies
- ¿Vamos a quedarnos sin azafrán?
- El azafrán es una especia, con a, como el clavo.
- ¿Que se va a extinguir el clavo?. Entonces, ¿qué será del martillo?
- Lo estás liando todo a propósito.
- Es que me pones nervioso. Explícame exactamente en qué consistes, haz el favor.
- Pues, mira, consisto en que no paráis de echar porquería a la atmósfera; la porquería hace de barrera, y los calores, en vez de salir, rebotan contra vosotros mismos y vuelven con más ímpetu y salero a daros caña.
- Según lo cuentas debemos ser gilipollas, ¿no?
- ¿Necesitas que te conteste a eso?
- No, que me vas a angustiar más.
- Pues, hale, queda con Dios.

El calentamiento global, da un fogonazo y sale de allí poniendo todo perdido de gases de efecto invernadero (como no podía ser de otra forma).

sábado, 23 de enero de 2010



















SAN VALENTÍN

El.- ¿Hoy, me quieres más o menos que ayer?
Ella.- Por el estilo.
El.- Me hundes. ¿Y, eso?
Ella.- De ayer a hoy han pasado sólo unas horas, hermosura.
El.- Pero menos que mañana, seguro que sí me querrás
Ella.- ¿Mañana respecto a ayer o a hoy?
El.- No sé. Respecto a ayer, por ejemplo.
Ella.- Lo que pasa es que ayer en relación con mañana será anteayer
El.- ¿Y?
Ella.- Pues que no puedo contestar exactamente a lo que preguntas.
El.- ¿Y, respecto a hoy?
Ella.- Estamos en las mismas: mañana será hoy, y hoy, ayer ¿o es que no lo sabes?.
El.- Anda, que...
Ella.- El tiempo es lo que tiene.
El.- Antes, cuando éramos novios no lo liabas todo tanto.
Ella.- El que lo lías eres tú ahora, con lo de ayer, hoy, mañana, el más y el menos. Pregúntame que si te quiero, y punto.
El.- El día de San Valentín es eso lo que se dice, mujer.
Ella.- Que se diga, pero es un tostonazo oír siempre lo mismo.
El.- Entonces, lo de querernos eternamente, nada.
Ella.- Si la eternidad no durara tanto, a lo mejor.
El.- Yo, en cambio, te querré siempre
Ella.- ¿Siempre que qué?
El.- Siempre y ya está. No me lo chafes.
Ella.- Es que esas cosas no se pueden asegurar tan alegremente.
El.- Yo sí: siempre, y más allá de las estrellas.
Ella.- Sabes que no me gustan los fundamentalismos, y si son cursis, menos.
El.- ¿Aunque sean verdad?
Ella.- Pero, vamos a ver: ¿Qué es eso de querer más allá de las estrellas? ¿Me lo puedes explicar?
El.- Amar hasta los confines
Ella.- Por Dios. ¿Hasta los confines de qué?
El.- Del infinito
Ella.- El infinito no tiene confines, perdona.
El.- Pues hasta el infinito solo; sin confines ni nada.
Ella.- ¿No comprendes que un ser finito no puede ni aproximarse a lo infinito?
El.- No importa. Me da lo mismo.
Ella.- Cuando te pones irracional, no se puede contigo.
El.- ¡Cómo has cambiado, cari!
Ella.- Y no me llames así, haz el favor; que me da grima.
El.- Antes no te daba.
Ella.- ¡Y, dale con antes!
El.- Es que es verdad.
Ella.- Estaría atontolinada.
El.- Con lo que me gusta a mí decirte cosas bonitas el día de San Valentín, y tú, que no lo valoras.
Ella.- Si, sí lo valoro, lo que pasa es que parece mentira que todos los catorce de febrero me salgas con el mismo son.
El.- Dime: ¿Y, qué hago yo ahora con el regalo?
Ella.- Guárdalo y me lo das el 3 de marzo, que no celebramos nada.
El.- Si no celebramos nada, ¿por qué te lo voy a regalar?
Ella.- Porque se te antoje.
El.- Es que lo que se me antoja es dártelo hoy, que es San Valentín. Eres tú la que dice lo del 3 de marzo.
Ella.- He dicho esa fecha como podía haber dicho cualquier otra. Veo que no lo pillas.
El.- Bueno, pues el primer domingo de mayo, que es el día de la madre.
Ella.- Dame un beso, anda.

Ella se acerca a Él, le besa en una mejilla y, antes de separarse, dicen los dos a la vez: “¡Menos mal que mañana es viernes!”.

sábado, 16 de enero de 2010


















FELIPE II, TAL CUAL

Felipe II es ese rey bajito que sale en los cuadros con sombrero muy alto, collarín de punto y una cara de palo que te puedes morir. A mí no me gusta, desde luego. Tenía una silla a la intemperie en suelo rústico para ver cómo iba la obra de El Escorial, y mataba mucho; casi siempre porque le salía de sus reales catolicismos. Se hizo con un imperio a base de guerras y de decir que lo hacía todo en nombre de Dios, que es como se hacen los imperios, antes y ahora. A diferencia de otros que conozco yo, en el suyo dicen que no se ponía nunca el sol, sin embargo en la Historia, fíjense ustedes lo que son las cosas, Rey Sol se llamó a otro, que era francés: Le roi soleil, decían allí. Por cierto, ese tampoco se quedaba atrás en lo de dar matarile a la gente. Liaba unas…

Bueno, a lo que iba: Que no se pusiera el sol en las posesiones de Felipe II no significa que donde él mandara siempre fuese de día, menudo sueño entonces, sino que alumbrara el sol lo que alumbrara de un tirón, aquello era suyo y no se hable más. Bueno, suyo y, aunque menos, de sus mujeres, porque se casó mogollón de veces: por lo menos cuatro, que yo sepa. Unas por una cosa y otras por otra, el caso es que todas se le morían; seguro que de la impresión: estar casada con Felipe II era muy fuerte. Lo que es fijo, y a las pruebas me remito, es que andar por sus cercanías entrañaba peligro de muerte. Claro que peor fue lo de Enrique VIII, que se casó seis veces y tuvo dos concubinas conocidas. Vaya pájaro, el inglés aquel.

Siendo niño Felipe II, en cierta ocasión su padre Carlos V le dijo que se iba a poner una pica en Flandes y que si le acompañaba. El chaval dijo que bueno, así que la dejaron allí puesta y se vinieron tan orgullosos. No sé qué habrá sido de ella, aunque me temo lo peor. Para el que no lo sepa porque no ha tenido necesidad hasta ahora de estudiar estas cosas, Flandes está en los Países Bajos, y los Países Bajos en Bélgica y Holanda (se cuenta que el rey les llamaba “Países Majos” mientras fueron suyos. Cuando los perdió ya ni siquiera les llamaba países).

Como era una exageración de católico, a los turcos les tenía fritos; otomanos, les decía para que la opinión pública de aquel entonces les viera como seres impronunciables. Siempre que tenía oportunidad mataba a unos pocos, luego se hacía la señal de la cruz en el pecho y se iba a dormir a pierna suelta. Lo suyo era santa obsesión. En plena ojeriza, una vez fue a Lepanto a ganarles y les ganó, pero a Cervantes, que en lugar de estar escribiendo en su casa no sé por qué leches se fue hasta allí, una metralla hereje llena de óxido le dio en la mano izquierda y búscale a Perico. No se le extendió el tétanos por todo el cuerpo de milagro. Les digo yo que leemos El Quijote de casualidad. El médico que le curaba la muñeca mala siempre le repetía: “Don Miguel, esto le pasa por meterse a farolero. Zapatero a tus zapatos”, hasta que Cervantes se hartó de oír la misma cantinela todos los días y en cuanto desembarcaron llamó a Quevedo y entre los dos le escribieron cuatro burlas, de esas que joden. Tanto, que el pobre médico murió de una subida de tensión mientras le curaba al menor de los Pinzones, que tenía una picadura de mosquito amazónico en la ingle derecha, con orificio de entrada y salida.

Ahora les voy a contar lo de la Armada Invencible, porque fue de película. Una tarde de invierno del año 1588 - ayer fue la víspera- estaba Felipe II rezando el rosario con doña Ana de Austria y de pronto tuvo una visión: “Ave María Purísima, Ana de Austria –arrancó el soberano como era de rigor - Se me está ocurriendo buscar una avería a los ingleses, por mar. ¿Qué os parece la idea?”. Ana, esposa viva en esos precisos instantes, se le quedó mirando: “Es que por tierra está difícil, mi rey. Como no os lancéis desde La Coruña con catapulta…”. Felipe II no era amigo de bromas, así que llamó a la guardia y Ana de Austria se pasó en un torreón haciendo ganchillo hasta que la diezmada tropa volvió de Gran Bretaña con el rabo entre las piernas, porque eso fue lo que pasó. No se vayan que se lo cuento:

A pesar de las advertencias del meteorólogo de la corte (“¿Con este tiempecito?. No fastidie, vuesa majestad”- advirtióle el isobárico inclinando convenientemente la cerviz, mientras el rey mojaba la pluma en el tintero), Felipe II se puso cabezón, reunió todo lo que flotaba y hale, lo mandó a Inglaterra. Antes de salir, bautizó al conjunto como “Armada Invencible” a ver si los ingleses se acojonaban sólo de oírlo, pero no habían navegado ni dos mil cuatrocientas millas aproximadamente cuando, de pronto, un tsunami monstruoso empezó a tragarse marineros, velas, remos, cañones y todo lo que flotaba por delante. No vean, qué movida. Entonces, el único timonel que quedaba sano se subió al palo mayor atado con una cuerda de gorda como mi brazo y, entre tragos de agua, gritó aquello de: “Eh, una cosa, compañeros: No hemos venido a luchar contra los elementos, así que, puerta y para España”. Volvieron catorce.

Me faltan muchas cosas que contar, entre otras cómo de fácil se las ponían exactamente a Felipe II y quiénes eran, con nombres y apellidos, pero lo mucho cansa. De todas formas, lo importante queda dicho.

domingo, 10 de enero de 2010

ALTERNATIVAS AL CONTRATO “INDEFINIDO NO FIJO”

- Para combatir la crisis, la patronal ha propuesto al Gobierno que regule por ley el “contrato indefinido no fijo”.
- Quieren cuadrar el círculo y están dando vueltas a la noria
- Puestos a barajar alternativas, yo prefiero el contrato “indefijo no definido” al “indefinido no fijo”, qué quieres que te diga.
- Puede, pero por mucho indefijo que sea, si no está definido, vale de poco.
- ¿Y, si lo definimos?
- Ya no sería “indefijo no definido”.
- Que no sea. Total, qué más da.
- Claro que da. Habría que definir lo indefijo. Menudo lío.
- Todo es ponerse.
- No sé, chico. Siempre le faltaría concreción.
- Está bien. ¿Qué te parece entonces el contrato “jodenido no infidedo”?
- La primera parte no da buena espina.
- Si fuera entre humanos y aves, desde luego que no, pero no es el caso.
- De cualquier forma, estarás conmigo en que lo de “jodenido” transmite poca paz social.
- Eso es verdad, pero al introducir el término “infidedo” lo digitaliza, que ahora se lleva mucho.
- Lo encuentro un poco farragoso.
- Cláusulas “jodenido” y cláusulas “infidedo”. ¿Dónde está el problema?
- En la parte resolutoria.
- Se refunde y queda niquelado.
- No lo veo.
- Pones pegas a todo, tío.
- Hay que afinar más. ¿No ves que la patronal maneja el trabalenguas como los ángeles?
- Una alternativa puede ser el contrato “indeterminado no finiquitable”.
- No van a tragar
- ¿Aunque sea sin finiquito?
- Aunque sea. El título tiene que dejar claro que no es fijo.
- Es que indeterminado, no fijo y sin finiquito, va a ser una mierda de contrato.
- A ver si te crees que el otro, no.
- ¿A cuál te refieres, al “jodenido no infidedo” o al “indefijo no definido”?
- Al “indefinido no fijo” del principio.
- Desde luego que será una caca. Por eso estamos aquí, dándole al coco.
- Hay que buscar algo que sea a la vez indefinido y no permanente; no fijo pero tampoco eventual.
- Tengo uno: el contrato “ni chicha ni limoná”
- La terminología es poco técnica.
- El “sí pero no; no pero sí”
- Demasiados síes. La patronal no le aceptaría.
- Contrato “filfa no fijo”. ¿Qué tal?
- Rudo y algo corto.
- Contrato “perdurable de rescisión anticipada”.
- ¡Coño, ese!
- Ves cómo sí.
EL POLÍTICO AL QUE NADIE ESPIABA

- ¿Qué le ocurre, don Licinio? Le veo triste y ojeroso.
- Me da vergüenza decirlo.
- No se corte. Conmigo hay confianza.
- Pues, nada. Que no tengo quien me espíe.
- ¿Un político de su categoría, y no tiene quien le espíe? ¿Cómo puede ser?
- Como te lo cuento.
- ¿Está seguro? Mire que lo que acaba de decir es tela de grave.
- ¿Por qué, si no, iba a estar así de alicaído?
- Pero, ¿usted se vuelve de vez en cuando a ver si le sigue alguien?
- No hago otra cosa.
- ¿Y, nada?
- Nada
- ¿Ni una huella, por insignificante que sea?
- Ni de gorrión
- ¿Mira con frecuencia por el espejo retrovisor del coche?
- Desde que meto la llave hasta que la saco. El otro día casi me mato, de
tanto mirar.
- ¿Y, tampoco?
- Tampoco.
- ¿No ha visto nunca a nadie sospechoso espiándole a través de los visillos de la ventana?
- Tardes enteras me paso, y ni rastro de espías.
- Joder, pues sí qué es raro. Ahora me explico por qué tiene usted esa cara de pena.
- Todos los compañeros de mi rango disponen de su espía, e incluso algunos de un contraespía, y yo, ni uno solo que echarme a la espalda. No hay derecho. Soy un desgraciado, Julián.
- Vamos, vamos… Me hago cargo de su situación, pero hay que animarse.
- ¿Y, qué podría hacer?
- No sé; si quiere le espío yo.
- ¿Tú?. Te lo agradezco, pero iba a notar enseguida que me sigues.
- Eso da igual. Lo importante es que vaya usted por el mundo de la política con la cabeza bien alta.
- Como que hoy día, para gente de mi nivel tener alguien que le espíe es tan necesario como el comer.
- Ya le digo
- Pero, ¿tú sabes espiar como Dios manda?
- Hombre, claro. De pequeño me escondía detrás de los árboles y me confundían con la corteza.
- De eso hará mucho.
- El que tuvo, retuvo, don Licinio. También era uno de los mejores asomando la nariz por las esquinas. Si quiere le hago una demostración.
- De todas formas no das apariencia de espía.
- Lo mejor que tiene. Ahora mismo me parapeto detrás de un periódico y no se me adivinan ni los pies.
- Y, en el caso de que llegásemos a un acuerdo y te contratara, ¿a quién le enviarías el dossier?
- A su peor enemigo, don Licinio.
- Qué mala leche.
- El mundo de los espías es lo que tiene, y si no, no se meta.
- Eso me obligaría a andarme con cuidado de día y de noche, ¿no es así?
- Desde luego.
- Menudo quitavidas. No sé… no sé… ¿Y si me mandaras a mí el dossier?
- ¿Me está diciendo que le entregue los resultados de mi espionaje sobre usted, a usted mismo? Si hacemos eso descafeinamos la misión.
- Ya, pero no me buscas la ruina.
- Eso, también.
- ¿A cuánto me cobrarías la hora?
- Como se trata de un servicio de espionaje contratado por el propio espiado hacia sí, sale algo más caro.
- ¿Y, eso?
- Por la redundancia.
- Qué le vamos a hacer. Lo primero es lo primero; aunque deje sin reservas los fondos reservados.
- Para empezar, le he grabado esto último que acaba de decir
- ¡Qué emocionante!

jueves, 7 de enero de 2010

EL BOTIJO




















EL BOTIJO

Cliente.- Buenas. ¿Vende botijos?

Tendero.- ¿Qué cree que son todos esos que cuelgan del techo, murciélagos de asa?

Cliente.- Botijos, pero pudiera darse el caso raro de que no los vendiera

Tendero.- ¿Cuántas tiendas conoce usted en las que, habiendo de lo que se vende, no se vende precisamente lo que se vende?

Cliente.- Bien, no nos liemos. Yo quería un botijo

Tendero.- ¿Por qué dice quería? ¿Ya se ha arrepentido o es que se le fue la sed de repente?

Cliente.- Es una forma de hablar.

Tendero.- Poco precisa. Si usted me dice: quería un botijo, y yo le respondo que se lo vendería, la operación no llegará a realizarse nunca.

Cliente.- ¿Me lo vende, o me voy?

Tendero.- ¿Esa disyuntiva significa que si se lo vendo se quedará aquí para siempre?

Cliente.- Debe de estar usted bebido

Tendero.- Para eso hago botijos

Cliente.- Pues bájeme uno, haga el favor.

Tendero.- ¿Cuál prefiere?

Cliente.- Uno normal

Tendero.- Los botijos mongólicos no los trabajamos

Cliente.- Quiero decir corriente. Ya sabe, con asa y pitorro.

Tendero.- Es que sin asa no que quedan. Hice varios, pero a medida que los colgaba del techo se iban estampando contra el suelo

Cliente.- Pues, ¿de dónde los colgaba?

Tendero.- Del asa que no tenían.

Cliente.- Como es usted de raro, igual tiene botijos sin pitorro.

Tendero.- Hice doscientos con el pitorro macizo, para probar, pero no resultaron. La gente decía que era frustrante empinar en balde.

Cliente.- Bájeme aquél de allí, haga el favor.

Tendero.- Aquí lo tiene. ¿Qué le parece?

Cliente.- Pero... si le falta la boca. ¿Por dónde demonios se llena?

Tendero.- Por el pitorro, con una pajita. Mis botijos son para gente selecta.

Cliente.- Si no tiene otra cosa me llevo este mismo, venga.

Tendero.- Venga, no. Espere a que se lo personalice

Cliente.- ¿Me va a personalizar el botijo?

Tendero.- Nos ha jodido, mayo.

Cliente Y, ¿qué saco yo con eso?

Tendero.- Un botijo exclusivo para su sed. ¿Cómo lo ve?

Cliente.- Una chorrada.

Tendero.- Chorrada, chorro o chorrito, qué más da.

Cliente (sale de la tienda).- Tómese algo, ande.

Tendero.- ¿A su salud o a la mía?... ¡Oiga... eh... oiga, que se deja el botijo!. Si cree que se le voy a reservar, va listo...