domingo, 3 de octubre de 2010

A VER SI NOS ACLARAMOS

Estaba yo mirando por la ventana de mi despacho, cuando, de pronto, llamaron a la puerta: Tock, tock. ¡Adelante!, respondí colocando rápidamente el presupuesto municipal de mi departamento sobre la mesa. Entraron dos señores de traje y corbata, cartera en mano, y se presentaron como agentes de una empresa de construcción de infraestructuras. Ellos vinieron a mí. Yo no tengo la culpa de eso, a ver si nos aclaramos.
Después de interesarse por mi familia, me explicaron que ellos hacían las obras públicas como los ángeles y más barato que nadie. Me dejaron unos folletos y se fueron dejándome sus tarjetas personales sobre la mesa sin que yo se las pidiera, a ver si nos aclaramos.
A los pocos días, uno de ellos me llama por teléfono: soy fulano, dice, y me gustaría que supiera que mi empresa se va a presentar al concurso para la construcción de la ciudad deportiva cubierta que usted, con tan buen criterio y siempre pensando en los vecinos, ha previsto levantar en su municipio. Fue él quien llamó y no yo, a ver si nos aclaramos.
Le dije que muy bien y contestó que qué tal andaba mi señora de fondo de armario y que dónde solemos ir de vacaciones. Bueno, el sueldo de concejal no da para alardes, la verdad. Sólo le dije eso y que veraneábamos en la costa del sol. En cómo lo interpretó él, ahí no entro porque es cosa suya, a ver si nos aclaramos.
Unos días antes de celebrarse el concurso de la obra, al volver a casa me encontré con dos maletas y un maletín. Llamé a mi mujer y le dije: Oye, cari, ¿quién ha traído esto?. Un señor muy bien vestido. Como vienen a tu nombre, ni las he abierto, me contestó ella. Quiere decirse que mi mujer tampoco sabía nada de nada, a ver si nos aclaramos.
Abrimos primero el maletín y…¡hostias!... doscientos treinta mil euros en billetes de quinientos y una foto de un apartamento en primera línea de playa con el rótulo de “Reservado”. ¿Esto qué es, chuchi?, me preguntó ella. Joder, ¿no lo ves?, dije yo. Acto seguido, mi mujer abrió una de las maletas: ¡Madre del amor hermoso, si son 6 bolsos de la marca Louis Vuitton y 6 pares de zapatos de Jimmy Choo!, exclamó tan alto que casi se rompe el cristal del armarito. Aturdido, me acerqué a una de las maletas y vi una tarjeta igual a la que me habían dejado en el despacho del Ayuntamiento aquellos dos señores que recibí al principio. Mi mujer dejó los presentes sobre la mesita y, más nerviosa que un calambre, abrió el bulto que faltaba. Eran 6 vestidos a juego de la firma Versace ¡justamente de su talla!. Casi le da un soponcio. A estas alturas del relato tengo que insistir en lo mismo: nosotros estábamos tan tranquilos en casa y nos llegó lo que nos llegó sin que yo hiciera nada, a ver si nos aclaramos.
Ya en el Ayuntamiento, unos momentos antes de abrir los sobres del concurso para adjudicar la superobra deportiva, me llaman por teléfono. ¿Le han gustado los detalles?, oigo decir. ¿Se refiere a lo que se refiere?, pregunté yo. Exacto, respondió el otro. Por 6 millones de euros les va a quedar una ciudad deportiva de cine, acabó él antes de colgar. El tío no me dejó oponerme, a ver si nos aclaramos. Si a mí me da la oportunidad, le digo cuatro cosas, pero no me la dio. ¿Verdad que me comprenden?.
El caso es que, llevado por las circunstancias y con una tensión del carajo la vela, comenzó el acto de contratación. Además de la constructora de la que vengo hablando desde el principio, se habían presentado otras dos empresas. Como presidente de la mesa, cogí los tres sobres y abrí primero los de las desconocidas: una construía y dotaba el megapoli por 3 millones doscientos mil y, la otra, por 3 cien. En ese momento me subió un sofoco a la cara que no sabe nadie. Me dije: sé que la cifra del tercer sobre es de 6 millones, de manera que si lo abro, habrá que adjudicar la obra a cualquiera de las otras dos, mucho más baratas. Y me caí al suelo todo lo largo que era. Al ser yo el que mandaba allí, suspendí la adjudicación hasta el día siguiente. Lo único que hice fue desmayarme, y no por mi culpa, sino de la naturaleza, ver si nos aclaramos.
Al llegar a casa, cogí la tarjeta y llamé al teléfono que figuraba en ella, por deferencia, porque de bien nacidos es ser agradecidos, a ver si nos aclaramos. Todavía no hay nada porque he sufrido una indisposición y se ha dejado para mañana, le dije, pero por ese precio va a ser imposible adjudicársela a ustedes. ¿Por cuánto, entonces?, le oí. Ya no tiene remedio; la oferta más barata baja a 3 cien, respondí cortadísimo. No se preocupe: ahora mismo le envío otra oferta por 2 novecientos y esta noche cambia el sobre. No me parece correcto, le dije; además, por ese precio no les va a interesar. No se preocupe, respondió, llegaremos a facturar los 6 millones; para eso se inventaron los modificados de la obras y los imprevistos que siempre surgen. En cuanto al apartamento, ya lo tiene amueblado y reservado: sólo tiene que entregar en mano los doscientos treinta mil en la dirección que le indicamos en la tarjeta. Y colgó.
El día siguiente adjudicamos la obra por 2 novecientos, pero porque era la oferta más barata, a ver si nos aclaramos.