viernes, 3 de diciembre de 2010

INFANCIA Y PRIMERA ADOLESCENCIA DE RUBALCABA
(BREVE RESUMEN HALLADO EN ULTRADEREPEDIA.COM)

Una noche tenebrosa del mes de julio, entre relámpagos, rayos, truenos y una ventisca de tres pares de cojones, vino al mundo en 1951 Alfredo Pérez Rubalcaba. De muy niño, se levantaba al amanecer, y en vez de rezar el Jesusito de mi vida, eres niño como yo, se escapaba al campo a maldecir conejos; luego desayunaba allí mismo a base de raíces de mandrágora, rabos de lagarto y setas venenosas que él digería tan tranquilo. Al volver a casa lleno de roña y liendres, cuando alguien le preguntaba qué quería ser de mayor, siempre respondía: “¡Marxista-leninista! ¡Marxista-leninista!”, con el puñito en alto y unos ojos de totalitario que la gente del pueblo salía corriendo a refugiarse en sus casas por si acaso.

No jugaba Alfredito con juguetes normales para su edad, sino con alfileres, tenazas, látigos y puñales. A su abuela le quitó más de una vez el crucifijo de cuando se casó para jugar al hinque, y a sus padres les traía por el camino de la amargura, pues se escapaba las noches de luna llena y volvía de madrugada con un aspecto de haber sido lobo, que no te lo pierdas. En ocasiones echaba espumarajos por el oído izquierdo, pero él como si nada. Cuando se ponía enfermo, la fiebre en lugar de subir a 40 le bajaba a 32. “Va a ser un chico frío”, pronosticó el médico en más de una ocasión. Por cierto, que el doctor dejó de ir a verle a su casa porque una mañana Rubalcabín le puso la zancadilla en el peldaño más alto de la escalera y, al caer, se clavó el estetoscopio entre la tercera y la cuarta costillas. Nada más curarse, el doctor pidió el traslado y se fue a ejercer a Torrelavega.

Para los niños de derechas, ir a la escuela con Alfredito era un sinvivir: a unos les atizaba con el plumier en el codo para que les dieran calambres y a otros en la pilila; pinturrujeaba en las pastas de sus cuadernos la figura del hombre del saco y, en los recreos, comandaba un grupo de chavales con dos remolinos en la coronilla, los dientes negros y velas verdes colgando, que se dedicaban a pinchar balones y a joder la marrana. El último año de escuela robó doce sacapuntas, se los metió al maestro en el bolsillo de la bata y le acusó de ladrón delante del director, así que al hombre le echaron del pueblo.

Una tarde de marzo le mandó su madre a comprar mitad de cuarto de pimentón picante para guisar unos caracoles y cuando la tendera lo tenía preparado encima del mostrador listo para envolver, Rubal sopló con todas sus fuerzas y la mujercita quedó ciega de por vida. No le metieron en un correccional porque amenazó al hijo del que mandaba allí con montarle un GAL cuando saliera. Como se ve, la criaturita ya lo venía rumiando desde chico.

Puesto que sus padres no hacían carrera de él, le enviaron a casa de unos tíos que tenía en la Rioja (antes Logroño), a ver si allí se enmendaba, pero como dijo Rafael Guerra, Guerrita: “Lo que no pué ser no pué ser, y además es imposible”. Era septiembre, de modo que, aunque contra su voluntad, los parientes de Alfredito le llevaron a vendimiar. En qué hora. Por la noches, mezclaba a boleo los racimos de uva tinta con los de uva blanca, y ese año de la bodega sólo salió vino clarete; unas remesas tirando a tinto y otras a blanco. Aquello supuso la ruina de una familia que llevaba haciendo vino en condiciones desde 1890, pero él consiguió lo que quería: que le mandaran de vuelta a Cantabria (antes Santander).

Ya siendo adolescente, Rubalcaba estudió Brujería, Ocultismo y Métodos Ponzoñosos en una de las cuevas de los Picos de Europa que años antes habían ocupado los maquis. No obstante, su verdadera vocación fue siempre montar movidas, urdir tramas y conspirar contra la gente de bien, quehaceres a los que, como toda España sabe, se dedica por orden de Zapatero en cuerpo y alma, aunque eso de alma sea mucho decir.
AGUIRRE PONE NOMBRE A LAS ECUELAS INFANTILES

La penúltima ocurrencia de Esperanza Aguirre (la última puede estar rumiándola en estos momentos; nunca se sabe), es que quiere bautizar las nuevas escuelas infantiles con nombres de zarzuelas famosas. Teniendo en cuenta que la Presidenta regional ha catalogado recientemente las corridas de toros como Bien de Interés Cultural, y que Cultura y Educación siempre han ido de la mano, lo suyo es que, para complementar la medida taurina, hubiera recurrido, no a la zarzuela, sino al pasodoble, de manera que los madrileñitos de hoy, el día de mañana pudieran presumir de haber cursado sus primeros estudios en el Centro Educativo “La Parrala”, la Escuela Infantil Municipal “Francisco Alegre”, o, nada más ni dada menos que en el Colegio Público “Paquito el chocolatero”. Para las escuelas situadas en las zonas de mayor arraigo nacional, apunto estos títulos mucho más patrióticos: “Suspiros de España”, “España cañí” y “Soldadito español”. Entre los chavalines de cada centro podrían formarse grupos de coros y danzas y, a final de curso, darle dos orejas de peluche al que lo baile más güay.