lunes, 21 de febrero de 2011

AMORES LABORALES

AMORES LABORALES

Amo verdaderamente a mis trabajadores, tanto, que si algún día les despido, lo haré por su bien, y ellos lo saben. Les pago poco, es cierto, pero ¿para qué más?. ¿No es la austeridad una virtud, y el deber de un buen jefe colaborar a que sus empleados la practiquen? ¿Serían ellos capaces, por sí solos de ser moderados en el gasto sin ayuda?. Hoy, quizá todavía no entiendan las razones por las que ni les subo el sueldo ni les concedo anticipos, pero cuando alcancen la madurez psicológica de la gente de mi nivel, me lo agradecerán, aunque sea con efectos retroactivos.
Quiero a mis empleados, lo juro. Sobre todo a Federico. Hay que ver con qué devoción me hace las chapuzas de casa, y sin cobrarme ni cinco, que tiene mucho más valor. El cariño que siento por él es casi familiar. Además, es una persona que sabe estar: entrar y salir siempre por la puerta de servicio, y cuando me acaba los bricolages, bebe agua en el vaso de plástico que se trae de su casa para no ensuciarle la vajilla a mi señora.
Tengo unos empleados que son jalea real; por eso los cuido como si fueran hijos míos. Y me quieren con locura. Pondré un ejemplo: el martes pasado Efraín vino a trabajar con el brazo escayolado y ciática en fase III. Dice que no se da de baja porque para él la cizalla es su vida y yo, como un padre. Es laboral temporal y se le acaba el contrato el viernes. Pobre muchacho... Me gustaría mantenerlo en la empresa, aunque fuese pagándole el sueldo entero en dinero negro, pero el sobrino de mi mujer pide paso; eso lo entiende cualquiera.
Noto que me adoran, ya digo. También es verdad que porque me hago querer. Ahora en diciembre, por ejemplo, he dado la paga extraordinaria entera (entera, ojo) a todos los que durante este último año me han venido haciendo seis horas extras diarias de coste cero. En la vida hay que portarse bien con la gente; un día por ti y otro por mí. Y quererse mucho todos, aunque luego cada cual tenga su status social. Porque, eso sí, cariño todo el que quieras, pero el borrico a la linde, como es lógico. En este sentido, les diré que muchos fines de semana, mientras juego al golf, navego o esquío con los amigos, me acuerdo de Ignacio, el encargado de personal, pero comprendo que no le hago ningún favor si le invito; él se sentiría incómodo y hasta violento, porque hay gente que no está acostumbrada a este tipo de relaciones y se ubica mal. Por eso, como les quiero, lo mejor que puedo hacer por ellos es mantener con salarios discretos sus niveles de vida, para que se lo gasten en su ambiente, que es donde más cómodos se encuentran.
En estos tiempos de crisis, se ve de verdad si uno quiere o no a sus trabajadores. ¿Es cierto, o no?. Yo, lo demuestro con los hechos. La empresa va bien, para qué engañarles a ustedes, pero como más vale prevenir, con la ayuda de un cuñado mío que sabe un huevo de contabilidad creativa, iba a presentar un ERE para reducir costes y consolidar beneficios, sin embargo, el corazoncito me ha dicho: de eso, nada. En su lugar, ya he ordenado a Ignacio, el jefe de personal, que les notifique individualmente y por escrito, una carta firmada por él donde se advierta que en lugar del ERE, la empresa, no yo, les bajará el sueldo a la mitad. Si se explica bien esta prueba de amor, la entenderán todos y me seguirán queriendo como yo a ellos; estoy seguro. Bueno, todos menos esos desgraciados de delegados sindicales, a los que nunca podré amar.