viernes, 27 de diciembre de 2013


RABOS DE PASA

 

Ana Mato ignora que los bolsos, los viajes de placer, las fiestas de cumpleaños de sus hijos y el Jaguar que Sepúlveda guardaba en el garaje común eran cosa de Correa. Mariano Rajoy no tenía noticias (salvo alguna cosa), de que en el PP existiera una contabilidad negra como el tizón, durante más de 20 años. La infanta Cristina igual no sabe si está casada o no con un tal Urdangarín, y Urdangarín no tendrá ni idea de quién es Diego Torres. A Rodrigo Rato le suena a chino el agujero de Bankia, a Floriano no le consta que Bárcenas tuviera despacho alguno en la sede de su partido hasta antes de ayer (lo mismo no tenía ni noción de que hubiese sido el último tesorero oficial), Magdalena Álvarez pone cara de póker cuando escucha juntas las palabras ERE y gobierno andaluz… Por lo que se ve, la amnesia se extiende como una epidemia por casi toda la geografía política española.

Si yo tuviera una tienda de productos naturales, a cada uno le regalaría una caja bien hermosa de rabos de pasa (aunque me arruinara).

AGRADECIMIENTO

 

Con estas breves líneas, quiero agradecer personalmente al gobierno de España la ayuda que me está prestando en mi lucha contra el colesterol malo y los triglicéridos, sustancias de las que, según reiterados análisis de sangre, dispongo en demasía. Me explico. Puesto que si me quedo en casa, las facturas del gas, la luz y los alimentos (cuando no salgo, voy mucho a la nevera) me succionan buena parte de la nómina, y ya que la alternativa de salir en coche o utilizar con alguna frecuencia el transporte público es no menos ruinosa, me veo obligado a caminar calle arriba y calle abajo, actividad que, según todos los partes médicos, es buenísima para reducir los niveles de aquellos malditos componentes. Así que, recalco: gracias al gobierno por mandarme a paseo.

A MARIANO RAJOY

 

Señor Presidente del Gobierno: hace poco dijo usted que no sabía el efecto que causan las cuchillas en las personas. Bien. Por si nunca ha oído hablar del libro gordo de Petete o no recuerda las enseñanzas de Epi, Blas y Coco, le pondré unos cuantos ejemplos sobre la utilidad de las cosas. Aquí va: la bomba mata, la nevera enfría y el brasero calienta. La lámpara luce, el garrote vil desnuca, la manta abriga, el pito suena, la sierra poda, el imán atrae, la cola pega, el sostén sujeta, la sal sala y el azúcar endulza. La aguja cose, la guindilla pica, el tractor ara, la báscula pesa, la sartén fríe y el horno asa. La manguera riega, el nudo ata, la celda aísla, el ventilador refresca, la chincheta clava, el cepo caza, el tenedor pincha, el muro separa, el bolígrafo pinta, el colador cuela, la plancha plancha … ¡ah!, y las cuchillas cortan.

DINERO BLANCO Y DINERO NEGRO

 

- Oye, ¡pssch!… tú…¡eh… tú!

- ¿Es a mí?

- Sí, a tí. ¿Por qué te escondes?

- No me escondo. Es mi naturaleza.

-¿Quién eres?.

- ¡Chssssssss!, habla más bajo, que pueden oírte.

- Pregunto que cómo te llamas.

- Dinero en B

- ¿Qué nombre es ese?.

- Dinero negro, que pareces tonto.

- ¿El opaco al fisco?.

- Ese. Si te preguntan, tú no me has visto.  

- ¿De dónde sales?.

- De las cloacas.

- Así vas tú, de guarro.

- Como que me crío en los desagües del sistema.

- Debes conocer a muchas ratas, entonces.

- Con nombres y apellidos. Otras solo responden por las iniciales.

- Y, ¿qué haces por aquí afuera?.

- Busco algún negocio a ver si me blanqueo.

- Podías haber aprovechado la amnistía fiscal.

- A las ratas no les interesaba. El diez por ciento era mucha pasta y el buen queso de importación está muy caro.

- Además de ilegales son unas rácanas, perdona que te diga.

- Dí lo que quieras, pero se lo montan dabuti.

- Hasta que las pillen.

- ¿Quién, Montoro?. No me hagas reír. Igual llega antes otra amnistía fiscal más barata y entran.

- ¿Qué medio de transporte usas normalmente para viajar de incógnito?

- Antes el maletín, ya sabes,  pero como cantaba mucho, me pasaron al sobre.

- Y, ¿qué tal?.

- En general, bien. Adopto la forma de billetes de 500 y quepo en cualquier bolsillo fondón.

-  Hace poco también te vieron en la rendija de un muro.

- Cierto. En materia de depósitos estratégicos tengo varias alternativas: huecos de árboles, boquetes en fachadas, entre adoquines, debajo de una teja...

- Esos escondrijos son para corruptelas de poca chicha, ¿no?.

- Depende. Si el unte se repite con regularidad, no creas. De todos formas, para grandes cantidades lo que más utilizo son las bolsas de basura.

- De las negras. Lo he visto por la tele.

- Al principio, sí, pero daban una impresión muy cutre. Ahora me meten en bolsas ecológicas con aroma de pino. Dan otra presencia y, de paso, se respeta el medio ambiente.

- No sé qué haces, que últimamente estás en boca de toda España.

- Sí. Tengo problemas porque hay quienes tienen la costumbre de apuntarme en libretas de estrangis que luego se tiran a la cabeza unos a otros.

- Con las ratas, ya se sabe.

- Bueno, mucho hablar de mí, pero yo no sé quién eres tú.

- El dinero blanco.

- Qué suerte. Podías blanquearme, ya que nos hemos encontrado.

- No puedo.

- ¿Por qué?

- Estoy de auditoría.

- ¿De auditoría? ¿Eso qué es?

- Un chequeo, a ver si tengo lo que digo que tengo.

- ¿Lo tienes?.

- Si no lo tuviera no me harían la auditoría.

- ¿Quién te la hace?.

- Los que saben que tengo lo que tengo.

- Eso es como hacerse un examen en el que uno mismo se corrige la pregunta que se ha puesto.

- Qué quieres que yo te diga.

- ¿Y qué pasa con la pasta que ves moverse a tu alrededor pero que no te consta?

- ¿Te refieres a ti?

- ¿A mí?. Yo no sé nada. Ahora mismo me vuelvo a la alcantarilla.

 
Dinero negro mira a su alrededor, y antes de que dinero blanco haga intento de llamar a la brigada anticorrupción, desaparece por el colector, aparcando el negocio de blanqueo para mejor ocasión. Abajo, le esperan las ratas, que siguen de festín.

SEGUROS

 

¡Toc! ¡Toc! (Llaman a la puerta)

 

UNO.- (Abre). Hola, buenos días. ¿Qué se le ofrece?

VENDEDOR.- Quería saber si se siente seguro.

U.- A menos que sea usted un atracador y me saque aquí mismo una navaja, sí que me siento seguro.

V.- Suponga que lo soy.

U.- ¿El qué? ¿Un atracador?. Entonces, no.

V.- Pues bien, yo le ofrezco una póliza que cubre esa posibilidad.

U.- ¿De robo?. Ya tengo.

V.- No, no. Lo que cubre es la eventualidad de que yo pudiera ser un atracador.

U.- Pero no lo es.

V.- ¿Por qué está tan seguro?

U.- No tiene pinta

V.- Es que la pinta no hace al monje

U.- No me diga que es usted monje…

V.- Claro que no.

U.- Sea como fuere, lo que desde hace siglos se discute si hace o no al monje es el hábito.

V.- Pinta o hábito, en esta conversación significan lo mismo.

U.- Es que dicho así: “La pinta no hace al monje”, da la impresión de que está devaluando al fraile.

V.- Dios me libre. Digamos el hábito, entonces.

U.- En cualquier caso, lo que hace monje al monje, es el monje mismo.

V.- Naturalmente. Por tanto, lo que hace atracador al atracador, no es el hábito, sino el propio atracador.

U.- Los atracadores no llevan hábito; en todo caso, antifaz o una media de señora en la cabeza.

V.- Solo pretendía continuar su línea argumental.

U.- Una cosa es lo que pretendía y otra lo que ha conseguido: embarullar la venta.

V.- Está bien, dejémoslo ahí. Para que me entienda, lo que yo le ofrezco es un seguro que cubre todo eso.

U.- ¿La pinta, el atracador, el monje y el hábito?

V.- Si prefiere verlo de esa manera, sí.

U.- ¿Y, por qué tengo yo que correr con el seguro de un monje que ni conozco?. Que se lo pague él.

V.- Veo que es usted un cliente difícil.

U.- Se equivoca. Me han vendido tantos seguros que no me da el sueldo para pagarlos.

V.- Entonces, lo que usted necesita es asegurarse de que llegará a fin de mes.

U.- Claro, pero si no llego ahora, menos llegaré si además compro el seguro que usted me intenta colar.

V.- Se equivoca. La gracia de este producto es precisamente esa, que le cubre una cosa y su contraria. Una de sus características fundamentales es la incoherencia.

U.- Enséñeme la letra pequeña, a ver si es verdad.

V.- ¿Tiene microscopio en casa?

U.- Lupa, tengo lupa. ¿Voy a por ella?

V.- No se moleste: las letras tienen el tamaño de un protozoo.  

U.- Joder, qué seguro más bien pensado.

V.- En esta profesión, si no innovas, estás muerto.

U.- ¿Y, dice que no es usted un atracador profesional?

V.- Claro. ¿En algún momento he usado la violencia?

U.- Hasta ahora, no, pero es lo único que le falta.

V.- No se asegure si no quiere, sin embargo, en cuanto cierre la puerta se arrepentirá.

U.- ¿Piensa echarla abajo?

V.- Yo, no, pero puede que lo haga usted mismo.

U.- ¿Y, eso?

V.- De rabia que le dará  por haber perdido la oportunidad de su vida.

U.- ¿Sabe lo que pasa?: que cuantos más seguros tengo, más acobardado vivo.

V.- Ahora que lo dice, puedo ofrecerle un seguro universal antiacojono, pero vale una pasta.

U.- No importa. Con los tiempos que corren, ese sí que lo firmo. Traiga aquí.

 

Al día siguiente, el comprador ordenó al banco que devolviera todos los demás seguros, menos ese, que también dejó de pagar años más tarde, cuando ya había aprendido a vivir sin miedos.

 

 

EL PORTAVOZ

 

Aquella tarde llamaron al portavoz por teléfono.

 

- Oye, te llamo del partido: que vayas a la radio dentro de una hora a defender una bajada de impuestos que va a aprobar el gobierno mañana por la mañana. Lo que no sé es de qué impuestos se trata.

- Da igual. Tú déjalo de mi cuenta. ¿Adónde hay que ir, a la emisora de siempre?.

- Eso es. Venga, vuela.

 

El portavoz se ducha, saca del armario su traje más acorde con la ocasión, se anuda la corbata y sale de casa en dirección a la radio.

- Hola, buenas. Venía a lo de la entrevista. Supongo que ya le habrán avisado desde el partido.

- Desde luego- responde el presentador. Pase, pase. Dentro de unos minutos estaremos en el aire.

 

El portavoz se recoloca la chaqueta y, a los pocos segundos, le dicen que pase al locutorio porque la entrevista va a comenzar. Después de la presentación, el entrevistador le pregunta:

- ¿Qué puede decirnos de la bajada de impuestos que prepara el Gobierno?

- Bueno… se trata de una reducción ya anunciada en nuestro programa electoral,  que contribuirá a mejorar la economía del país en la medida que favorece el consumo de las familias; consumo que mejorará la calidad de vida de todos los españoles; con lo cual pronto verán aumentados sus niveles de satisfacción, porque lograr la satisfacción de los españoles es la primera tarea de todo gobierno con sentido común…

 

En ese momento, desde fuera hacen una seña al locutor indicándole que interrumpa la entrevista. Se abre la puerta y entra un empleado de la emisora.

- Llaman al señor portavoz por el teléfono fijo. Es urgente.

 

El portavoz sale de la habitación y se pone al aparato.

- ¿Qué pasa? – pregunta

- Soy yo otra vez. Oye tío, que me equivoqué: que en vez de bajar los impuestos, los subimos. Defiéndelo.

- Hecho –responde, seguro de sí mismo.

 

El portavoz vuelve al locutorio y le cuenta al entrevistador el motivo de la llamada.

- Señores radioyentes –reinicia el presentador- antes preguntábamos al señor portavoz por la bajada de impuestos que aprobaría el gobierno, pero resulta que en vez de bajarlos, los va a subir. ¿Cómo explica esto?

- Muy fácil. Los impuestos en España son mucho más bajos que en otros países de su mismo entorno y, por tanto, bajarlos de manera importante no es posible puesto que no hay margen razonable para ello: enseguida chocaríamos contra el suelo tributario; suelo tributario que no puede bajarse porque todo suelo es suelo, y debajo del suelo está el subsuelo, pero esa es otra historia, como usted bien sabe. Para reducir impuestos, antes hay que subirlos. Es cuestión de sentido común, como le decía hace un momento, pues sólo desde la altura se baja. Bajar desde la bajura es tontería, ¿no le parece?.

-          Sin embargo…

-          Veo que lo ha entendido, como también lo habrán hecho todos los oyentes de esta prestigiosa emisora en la que usted trabaja magníficamente, por cierto.

-          Ya. Lo que pasa es que choca oírle defender algo y su contrario en menos de minuto y medio.

-          Es que las cosas son cambiantes, señor mío. Ya lo dijo el filósofo: Todo pasa, nada es. Y ahora, seguro que me disculpan si les dejo, porque tengo otro acto a unos cuantos kilómetros de aquí. Buenas tardes.

 

El portavoz se levanta, saluda al presentador con una sonrisa elástica y se las pira  con sus principios a otra parte a defender lo que haga falta. Mientras camina hacia el coche. recibe una llamada de felicitación del presidente de su partido.

EN LA NOTARÍA

 

-          Hola, buenas. ¿Es aquí donde dan fe?.

-          Sí. ¿Qué quería?

-          Creer en algo.

-          De esa fe no damos. Tendrá que ir a la iglesia.

-          ¿Qué fe dan, entonces?

-          Fe pública.

-          ¿Todavía no la han privatizado?

-          Veo que ignora lo que significa la expresión fe pública.

-          Fe de muchos, supongo.

-          No exactamente, pero algo así.

-          Pues, fe de muchos, consuelo de tontos.

-          Lo que es consuelo de tontos es el mal.

-          Y más cosas, no vaya a creer.

-          Me refiero al refrán, ya sabe.

-          Bueno, dejémonos de gaitas y explíqueme en qué consiste eso.

-          ¿Ve este documento que tengo delante?

-          ¿Cuál, ese?. Sí, claro.

-          Mi misión consiste en decir que lo que pone aquí, lo pone.

-          Eso también lo digo yo.

-          Ya, pero si usted lo dice no va a misa, y si lo digo yo, sí.

-          No veo por qué, si los dos leemos lo mismo.

-          Porque yo soy notario y puedo dar fe de que está escrito lo que está escrito; en cambio usted, no.

-          ¿Y, quién me da a mí fe de que está leyendo lo que pone y no se inventa la mitad?

-          También yo.

-          Qué jodío: usted se lo guisa y usted se lo come.

-          ¿Qué pasa; que no se fía de mí?. Además, antes de dar fe se lo leo a las partes y pregunto si están de acuerdo con lo que allí se dice.

-          ¿Cómo no van a estar de acuerdo, si cuando acuden a usted es porque están de acuerdo?  

-          Así funcionan las cosas. Por ejemplo: si el banco le concede a usted un crédito hipotecario, vienen a mí y yo les redacto una escritura en la que diga que el banco le ha concedido un crédito hipotecario.

-          Perdone, pero en esto yo solo veo redundancias.

-          La normativa es la normativa, amigo mío.

-          Vaya movida más tonta… Y, seguro que cobra por eso.

-          Un pico.

-          Entonces no da fe; la cobra.

-          Si se va a poner así de quisquilloso, no sigo explicándole.

-          En cualquier caso, no me negará que si fe es creer sin ver, lo que hacen ustedes lo ve cualquiera, de modo que no es fe lo que dan.

-          ¿Ha hecho usted testamento?

-          Qué desagradable. ¿A qué viene eso ahora?

-          Trato de explicarle en qué consiste mi función con otra variante. Usted me cuenta a quién deja sus bienes, yo lo escribo en una cuartilla, firmamos debajo y ya se puede morir tranquilo.

-          ¿De verdad cree que morirse tranquilo depende de eso?

-          Entiéndame…

-          Me gustaría, pero mientras siga diciendo cosas absurdas, no puedo.

-          Ándese con ojo. Puedo dar fe de lo que acaba de decir y ponerle una querella.

-          Lléveme a juicio. Lo negaré todo.

-          Ya, pero recuerde que lo que yo digo es lo que vale.

-          Está bien, lo retiro.

-          Antes de irse tengo que dar fe de su visita.

-          ¿Va a poner que he estado donde he estado?

-          Claro. Es imprescindible.

-          ¿Para qué?

-          Para cobrarle la minuta: son dos mil quinientos setenta y ocho con doce.

-          La fe será pública, pero el negocio bien privado que es.

-          Deje de hacer juegos de palabras y acoquine.

-          Le haré un talón.

-          ¿No será sin fondos?

-          Tenga fe, hombre, tenga fe.

 

El incrédulo entrega el talón al pasante y, cuando llega a la calle, echa a correr, entra en el banco y deja la cuenta a cero. Desde entonces, el notario, cuando relata la anécdota siempre se refiere al incrédulo como “aquel maldito antisistema”.