sábado, 1 de diciembre de 2012


EN EL LÍMITE

 

            ¡Toc! ¡Toc!

-          Adelante

-          Hola, buenas. Venía a matarle.

-          ¿Cómo dice?

-          Lo que oye

-          ¿Por?

-          Nada. Cosas mías.

-          ¿Qué respuesta es esa? ¿No puede ser algo más explícito?.

-          Para qué, si dentro de unos minutos estará muerto.

-          ¿Va a tener usted el valor de quitarme de en medio sin una mínima explicación?.

-          Desde luego que sí. Vengo a matarle y punto.

-          ¿Así, sin ton ni son?

-          Son tendrá cuando se descubra el cadáver y salga en los periódicos.

-          ¿Lo hace por afán de notoriedad, entonces?

-           No me maree y váyase haciendo a la idea. 

-          Al menos, preséntese.

-          Con esta táctica dilatoria lo que trata usted es que se me pasen las ganas de matarle.

-          Estoy en mi derecho.

-          Lo único que conseguirá con ello es retrasar la ejecución y, por tanto, su propia angustia.

-          Si es así, máteme cuanto antes y me hará un favor, ¿no es eso?.

-          Afirmativo. Ya sabe lo que se dice sobre los malos tragos.

-          Pero, ¿y, el arma? ¿dónde está el arma?

-          Como mi visita se debe a un arrebato imprevisto, no traigo.

-          No pensará que la ponga yo, ¿verdad?

-          Me evitaría tener que estrangularle.

-          Miraré a ver, pero creo que no tengo nada a mano que le pueda servir.

-          Por si no lo sabe, me sienta como un tiro que me mientan.

-          Es decir, que si le lanzo una mentira que le llegue al corazón, el muerto sería usted.

-          Déjese de circunloquios y busque algo para asesinarle.

-          Si me asesino yo, le ahorraría la molestia.

-          No sea animal. Usted no puede asesinarse. En todo caso, se suicidaría.

-          ¿Está seguro de eso? ¿No cree que si yo lograra matarme en contra de mi voluntad, cometería un asesinato?.

-          ¿Cómo dice?

-          Uno se suicida cuando está de acuerdo en quitarse la vida, pero si lo hace forcejeando consigo mismo, no sería suicidio, sino asesinato propio.

-          Haga el favor de no enredar más esta conversación: para mí no es ninguna molestia matarle. Recuerde que he venido a eso.

-          Le comprendo: ir decidido a liquidar a alguien y que la víctima se mate sola, debe poner de muy mala leche.

-          Frustra mucho. Le ruego que no se asesine y me deje a mí hacerlo. Solo será un momento. Además, si usted se quitara la vida, pecaría.

-          ¿Adónde quiere llegar? ¿A que si no le dejo que me mate, iré al infierno?

-          Es de cajón. Puesto que de todas formas va a morir, evítese empeorar las cosas.

-          Desde esa perspectiva, la argumentación es irreprochable, pero existe otra: que sea yo el que acabe matándole a usted.

-          No se lo consentiría.

-          Sin embargo, admitirá que es posible.

-          Sí. He de reconocer que como posibilidad existe, no se lo niego.

-          Supongo que me concederá una última voluntad.

-          Estaría bueno… ¿De qué se trata?.

-          Cierre los ojos. Concéntrese e imagine por un momento que fuera yo el asesino y usted el fiambre.

-          Espere que me ponga en situación… ¡Ya!.

-          ¿Qué siente?

-          Desconcierto, mucho desconcierto.

-          ¿Solo?

-          Y un cabreo del copón.

-          Más.

-          Estertores agónicos y mucho frío.

-          ¿A qué conclusión llega?

-          Que será mejor que me vaya por si las moscas.

-          Si quiere voy a buscar el arma, pero no olvide la sensación que acaba de vivir.

-          No, no. No se moleste; ya mataré a otro menos enrevesado. Que pase un buen día.

-          Y usted que lo mate bien.

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