EN EL LÍMITE
¡Toc! ¡Toc!
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Adelante
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Hola, buenas. Venía a matarle.
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¿Cómo dice?
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Lo que oye
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¿Por?
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Nada. Cosas mías.
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¿Qué respuesta es esa? ¿No puede ser algo más
explícito?.
-
Para qué, si dentro de unos minutos estará muerto.
-
¿Va a tener usted el valor de quitarme de en medio sin
una mínima explicación?.
-
Desde luego que sí. Vengo a matarle y punto.
-
¿Así, sin ton ni son?
-
Son tendrá cuando se descubra el cadáver y salga en los
periódicos.
-
¿Lo hace por afán de notoriedad, entonces?
-
No me maree y
váyase haciendo a la idea.
-
Al menos, preséntese.
-
Con esta táctica dilatoria lo que trata usted es que se
me pasen las ganas de matarle.
-
Estoy en mi derecho.
-
Lo único que conseguirá con ello es retrasar la
ejecución y, por tanto, su propia angustia.
-
Si es así, máteme cuanto antes y me hará un favor, ¿no
es eso?.
-
Afirmativo. Ya sabe lo que se dice sobre los malos
tragos.
-
Pero, ¿y, el arma? ¿dónde está el arma?
-
Como mi visita se debe a un arrebato imprevisto, no traigo.
-
No pensará que la ponga yo, ¿verdad?
-
Me evitaría tener que estrangularle.
-
Miraré a ver, pero creo que no tengo nada a mano que le
pueda servir.
-
Por si no lo sabe, me sienta como un tiro que me
mientan.
-
Es decir, que si le lanzo una mentira que le llegue al
corazón, el muerto sería usted.
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Déjese de circunloquios y busque algo para asesinarle.
-
Si me asesino yo, le ahorraría la molestia.
-
No sea animal. Usted no puede asesinarse. En todo caso,
se suicidaría.
-
¿Está seguro de eso? ¿No cree que si yo lograra matarme
en contra de mi voluntad, cometería un asesinato?.
-
¿Cómo dice?
-
Uno se suicida cuando está de acuerdo en quitarse la
vida, pero si lo hace forcejeando consigo mismo, no sería suicidio, sino
asesinato propio.
-
Haga el favor de no enredar más esta conversación: para
mí no es ninguna molestia matarle. Recuerde que he venido a eso.
-
Le comprendo: ir decidido a liquidar a alguien y que la
víctima se mate sola, debe poner de muy mala leche.
-
Frustra mucho. Le ruego que no se asesine y me deje a
mí hacerlo. Solo será un momento. Además, si usted se quitara la vida, pecaría.
-
¿Adónde quiere llegar? ¿A que si no le dejo que me
mate, iré al infierno?
-
Es de cajón. Puesto que de todas formas va a morir,
evítese empeorar las cosas.
-
Desde esa perspectiva, la argumentación es irreprochable,
pero existe otra: que sea yo el que acabe matándole a usted.
-
No se lo consentiría.
-
Sin embargo, admitirá que es posible.
-
Sí. He de reconocer que como posibilidad existe, no se
lo niego.
-
Supongo que me concederá una última voluntad.
-
Estaría bueno… ¿De qué se trata?.
-
Cierre los ojos. Concéntrese e imagine por un momento
que fuera yo el asesino y usted el fiambre.
-
Espere que me ponga en situación… ¡Ya!.
-
¿Qué siente?
-
Desconcierto, mucho desconcierto.
-
¿Solo?
-
Y un cabreo del copón.
-
Más.
-
Estertores agónicos y mucho frío.
-
¿A qué conclusión llega?
-
Que será mejor que me vaya por si las moscas.
-
Si quiere voy a buscar el arma, pero no olvide la
sensación que acaba de vivir.
-
No, no. No se moleste; ya mataré a otro menos
enrevesado. Que pase un buen día.
-
Y usted que lo mate bien.
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