COCINA
PARA PRINCIPIANTES
HUEVO
FRITO
Si eres muy sibarita,
acércate a un gallinero de postín, elige la gallina y espera a que ponga el
huevo que, posteriormente, vas a freír. Si ves que tarda mucho, a lo mejor es
que no tiene gana; pásate por el supermercado y coge un huevo de gallina criada
al aire libre entre las flores, en pleno campo, de esas que viven como Dios. No
sé si te venderán un solo un huevo, pero tu insiste. Llévalo en la palma de la
mano, caminando muy despacio, muy despacio; no importa lo que tardes, el caso
es que el huevo llegue sano y salvo. Ya has entrado. Coge un manojo de algodón,
haz un nido y deposita el huevo en él, hasta que llegue su hora.
Pon aceite en una sartén
San Ignacio que antes te has comprado en una sartenería selecta, y enciende la
cocina a fuego lento. Si lo pones fuerte, además de la humareda que vas a
formar, cuando eches el huevo saldrá volando.
Saca el huevo del nido de
algodón con mucho cuidado y cáscale en el borde de la sartén sin abrasarte.
Procura que caiga dentro la mayor cantidad de huevo posible y la menor de
cáscara. A veces sale lo que se conoce como un “huevo descompasado”, con dos
yemas y una clara, pero no por eso la dificultad es doble. Con la paleta, riega
el huevo con aceite hasta que la clara se solidifique y las yemas estén
líquidas. Si lo sacas antes de tiempo, la clara chorreará: da grima. Y si lo
haces después, las yemas parecerán polvorones.
Para sacarle de la
sartén, mete la paleta debajo y lo conduces hasta el plato de tal manera que el
huevo no sufra desperfectos insalvables que lo hagan irreconocible a la vista.
Si las cosas han ido según lo previsto, te vas a encontrar con el huevo en el
plato, esperando ser comido. Échale una pizca de sal fina por encima y disponte
a irrumpir en la yema (o yemas) con un trozo de pan. Moja y ya está. Luego
viene la parte del fregado, pero esa es otra historia.