jueves, 27 de septiembre de 2012

LAS BODAS DE CANAAN

Las campanas de Canaan anuncian la ceremonia. Son las cinco de la tarde y Jesús, cansado de predicar, duerme la siesta como lo que es: un bendito. María corre a despertarle:
- Vamos, vamos, que no llegamos.
- ¿Que no llegamos adónde?- contesta él, incorporándose sobresaltado.
- ¿Adónde va a ser?: ¡A la boda!.
- Vale, vale. No grites, que vas a despertar a media Galilea- le reprocha a su madre, rascándose bajo la barbilla.
- Lo menos que podías haber hecho es quitarte la aureola para dormir,- le recrimina la Virgen, con los brazos en jarra.
- ¿Qué más da, si no se arruga?.
- Pero fosforece en la almohada y cuando entras, te asusta. Anda, levántate. Aquí te dejo la saya de los domingos – le gruñe, mientras ata la cuerda de la persiana al respaldo de la banca.
- Que sí, que ya voy – responde Jesús, metiéndose el saco de tela por la cabeza, sin lavarse ni nada.

Al rato, madre e hijo salen de casa en dirección al convite (José está en la carpintería, ultimando un pedido urgente de tabuteres). El lunch es generoso: estofado de jabalí samaritano, sesos de centauro, arenques a la galilea, orejas de bisonte al ajillo… todo acompañado de su correspondiente vino, del que, sin embargo, muy pronto no va quedando ni gota. Las protestas no se hacen esperar:
- ¿Qué es peor: una boda sin padrino o sin vino? – grita un gracioso desde el rincón.
-¿Sin vino? ¡Qué desatino! – le sigue la rima un primo segundo de Caifás.
- ¡Que me devuelvan los denarios del cubierto! – demanda el saduceo más rata del pueblo.

Las quejas llegan a la madre de la novia, amiga de la infancia de la Virgen, que conoce de oídas la milagrosidad de Jesús:
- Qué apuro tengo, María. Nos hemos quedado sin vino antes de acabar el primer plato.
- Vaya plan- responde la Virgen, sin percatarse de lo que quería insinuar su amiga.
- ¿Y si le pides a Jesús que nos eche una mano? – espeta la otra, sin andarse por las ramas.
- Jó, siempre estáis igual... vale, lo haré por ser tú, pero no me pidas más estas cosas.

María se acerca a su hijo y le dice lo que todo el mundo sabe porque está escrito:
- “No tienen vino”.
- ¿Y? – responde Jesús, que acaba de roer una ternilla.
- Hijo, a ver si podías…
- Como comprenderás, no voy a pedir poderes a mi Padre para una tontería así, madre – la interrumpe, sin levantar la vista del plato.
- Tú verás, pero si no haces algo van a dejar de creer en tí- le advierte y se va dejándole en la incertidumbre.
- Está bien-responde el Mesías mientras se quita la servilleta de un tirón- Pero te repito: yo a Dios Padre no le pido favores para una chorrada como esta. Tendré que ingeniármelas yo solo… Anda, diles a los sirvientes que llenen seis tinajas de agua.
- ¿De agua?
- Tú dí que las llenen y no preguntes.

Conocido el requisito, los sirvientes bajan a la cueva y llenan las seis tinajas hasta el mismísimo borde con agua del pozo. Jesús baja y les dice así:
- En verdad, en verdad os digo que convertiré todo esta agua en vino. Dejadme solo y no aparezcáis por aquí hasta que yo os avise.
Inmediatamente después, hace llamar a sus discípulos.
- Pedro, Bartolomé, Mateo…tirad el agua de las tinajas al pozo. Andrés y Jacobo, id a casa de Jonás, el de las cuadrigas-cisterna, alquiláis un par de ellas y las llenáis en la cooperativa con el mejor vino que haya.
- ¿Y el dinero, qué?
- Que lo apunten en mi cuenta. Diles que si mantienen el secreto, les multiplicaré los denarios.
- ¿Yo, qué hago?- pregunta Judas Iscariote, en buen plan.
- Tú, nada, que no me fío.

Mientras esto ocurre, el malestar crece entre los invitados.
- Como vuelvas a traerme la jarra con agua, mando que te lapiden, chaval- grita un centurión desde el fondo, tirando al suelo la vasija que le ofrece uno de los camareros.
- Pasa esto en mi boda y capo al novio – suelta una mala bestia, mirando de soslayo al padre del recién casado.

Entre tanto, abajo, ocurre esto en la parte de atrás de la finca:
-¡Misión cumplida! – exclama Pedro abriendo la puerta de la cueva.
- ¡Por todos los belenes vivos, no grites! ¿O es que quieres que nos pesquen?. Vamos, acercad la cuadriga y pasarme la manguera.

Una vez llena la primera tinaja, esconden los bártulos y Jesús llama a los sirvientes:
- “Sacad ahora y llevad al maestresala” –les dice, en plan starring.

Apenas el maestresala prueba el agua hecha vino, llama al padre de la novia, que lo sabe todo por su mujer, y le dice eso de: “Todos sirven primero el mejor vino y, cuando se ha bebido bastante, el peor. Tú has guardado el buen vino hasta ahora”.
Abajo, llenando las otras cinco tinajas, quedan todos menos Judas, al que Jesús no pierde de vista por si le da por adelantar la traición antes de Semana Santa.

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