domingo, 10 de enero de 2010

EL POLÍTICO AL QUE NADIE ESPIABA

- ¿Qué le ocurre, don Licinio? Le veo triste y ojeroso.
- Me da vergüenza decirlo.
- No se corte. Conmigo hay confianza.
- Pues, nada. Que no tengo quien me espíe.
- ¿Un político de su categoría, y no tiene quien le espíe? ¿Cómo puede ser?
- Como te lo cuento.
- ¿Está seguro? Mire que lo que acaba de decir es tela de grave.
- ¿Por qué, si no, iba a estar así de alicaído?
- Pero, ¿usted se vuelve de vez en cuando a ver si le sigue alguien?
- No hago otra cosa.
- ¿Y, nada?
- Nada
- ¿Ni una huella, por insignificante que sea?
- Ni de gorrión
- ¿Mira con frecuencia por el espejo retrovisor del coche?
- Desde que meto la llave hasta que la saco. El otro día casi me mato, de
tanto mirar.
- ¿Y, tampoco?
- Tampoco.
- ¿No ha visto nunca a nadie sospechoso espiándole a través de los visillos de la ventana?
- Tardes enteras me paso, y ni rastro de espías.
- Joder, pues sí qué es raro. Ahora me explico por qué tiene usted esa cara de pena.
- Todos los compañeros de mi rango disponen de su espía, e incluso algunos de un contraespía, y yo, ni uno solo que echarme a la espalda. No hay derecho. Soy un desgraciado, Julián.
- Vamos, vamos… Me hago cargo de su situación, pero hay que animarse.
- ¿Y, qué podría hacer?
- No sé; si quiere le espío yo.
- ¿Tú?. Te lo agradezco, pero iba a notar enseguida que me sigues.
- Eso da igual. Lo importante es que vaya usted por el mundo de la política con la cabeza bien alta.
- Como que hoy día, para gente de mi nivel tener alguien que le espíe es tan necesario como el comer.
- Ya le digo
- Pero, ¿tú sabes espiar como Dios manda?
- Hombre, claro. De pequeño me escondía detrás de los árboles y me confundían con la corteza.
- De eso hará mucho.
- El que tuvo, retuvo, don Licinio. También era uno de los mejores asomando la nariz por las esquinas. Si quiere le hago una demostración.
- De todas formas no das apariencia de espía.
- Lo mejor que tiene. Ahora mismo me parapeto detrás de un periódico y no se me adivinan ni los pies.
- Y, en el caso de que llegásemos a un acuerdo y te contratara, ¿a quién le enviarías el dossier?
- A su peor enemigo, don Licinio.
- Qué mala leche.
- El mundo de los espías es lo que tiene, y si no, no se meta.
- Eso me obligaría a andarme con cuidado de día y de noche, ¿no es así?
- Desde luego.
- Menudo quitavidas. No sé… no sé… ¿Y si me mandaras a mí el dossier?
- ¿Me está diciendo que le entregue los resultados de mi espionaje sobre usted, a usted mismo? Si hacemos eso descafeinamos la misión.
- Ya, pero no me buscas la ruina.
- Eso, también.
- ¿A cuánto me cobrarías la hora?
- Como se trata de un servicio de espionaje contratado por el propio espiado hacia sí, sale algo más caro.
- ¿Y, eso?
- Por la redundancia.
- Qué le vamos a hacer. Lo primero es lo primero; aunque deje sin reservas los fondos reservados.
- Para empezar, le he grabado esto último que acaba de decir
- ¡Qué emocionante!

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