sábado, 16 de enero de 2010


















FELIPE II, TAL CUAL

Felipe II es ese rey bajito que sale en los cuadros con sombrero muy alto, collarín de punto y una cara de palo que te puedes morir. A mí no me gusta, desde luego. Tenía una silla a la intemperie en suelo rústico para ver cómo iba la obra de El Escorial, y mataba mucho; casi siempre porque le salía de sus reales catolicismos. Se hizo con un imperio a base de guerras y de decir que lo hacía todo en nombre de Dios, que es como se hacen los imperios, antes y ahora. A diferencia de otros que conozco yo, en el suyo dicen que no se ponía nunca el sol, sin embargo en la Historia, fíjense ustedes lo que son las cosas, Rey Sol se llamó a otro, que era francés: Le roi soleil, decían allí. Por cierto, ese tampoco se quedaba atrás en lo de dar matarile a la gente. Liaba unas…

Bueno, a lo que iba: Que no se pusiera el sol en las posesiones de Felipe II no significa que donde él mandara siempre fuese de día, menudo sueño entonces, sino que alumbrara el sol lo que alumbrara de un tirón, aquello era suyo y no se hable más. Bueno, suyo y, aunque menos, de sus mujeres, porque se casó mogollón de veces: por lo menos cuatro, que yo sepa. Unas por una cosa y otras por otra, el caso es que todas se le morían; seguro que de la impresión: estar casada con Felipe II era muy fuerte. Lo que es fijo, y a las pruebas me remito, es que andar por sus cercanías entrañaba peligro de muerte. Claro que peor fue lo de Enrique VIII, que se casó seis veces y tuvo dos concubinas conocidas. Vaya pájaro, el inglés aquel.

Siendo niño Felipe II, en cierta ocasión su padre Carlos V le dijo que se iba a poner una pica en Flandes y que si le acompañaba. El chaval dijo que bueno, así que la dejaron allí puesta y se vinieron tan orgullosos. No sé qué habrá sido de ella, aunque me temo lo peor. Para el que no lo sepa porque no ha tenido necesidad hasta ahora de estudiar estas cosas, Flandes está en los Países Bajos, y los Países Bajos en Bélgica y Holanda (se cuenta que el rey les llamaba “Países Majos” mientras fueron suyos. Cuando los perdió ya ni siquiera les llamaba países).

Como era una exageración de católico, a los turcos les tenía fritos; otomanos, les decía para que la opinión pública de aquel entonces les viera como seres impronunciables. Siempre que tenía oportunidad mataba a unos pocos, luego se hacía la señal de la cruz en el pecho y se iba a dormir a pierna suelta. Lo suyo era santa obsesión. En plena ojeriza, una vez fue a Lepanto a ganarles y les ganó, pero a Cervantes, que en lugar de estar escribiendo en su casa no sé por qué leches se fue hasta allí, una metralla hereje llena de óxido le dio en la mano izquierda y búscale a Perico. No se le extendió el tétanos por todo el cuerpo de milagro. Les digo yo que leemos El Quijote de casualidad. El médico que le curaba la muñeca mala siempre le repetía: “Don Miguel, esto le pasa por meterse a farolero. Zapatero a tus zapatos”, hasta que Cervantes se hartó de oír la misma cantinela todos los días y en cuanto desembarcaron llamó a Quevedo y entre los dos le escribieron cuatro burlas, de esas que joden. Tanto, que el pobre médico murió de una subida de tensión mientras le curaba al menor de los Pinzones, que tenía una picadura de mosquito amazónico en la ingle derecha, con orificio de entrada y salida.

Ahora les voy a contar lo de la Armada Invencible, porque fue de película. Una tarde de invierno del año 1588 - ayer fue la víspera- estaba Felipe II rezando el rosario con doña Ana de Austria y de pronto tuvo una visión: “Ave María Purísima, Ana de Austria –arrancó el soberano como era de rigor - Se me está ocurriendo buscar una avería a los ingleses, por mar. ¿Qué os parece la idea?”. Ana, esposa viva en esos precisos instantes, se le quedó mirando: “Es que por tierra está difícil, mi rey. Como no os lancéis desde La Coruña con catapulta…”. Felipe II no era amigo de bromas, así que llamó a la guardia y Ana de Austria se pasó en un torreón haciendo ganchillo hasta que la diezmada tropa volvió de Gran Bretaña con el rabo entre las piernas, porque eso fue lo que pasó. No se vayan que se lo cuento:

A pesar de las advertencias del meteorólogo de la corte (“¿Con este tiempecito?. No fastidie, vuesa majestad”- advirtióle el isobárico inclinando convenientemente la cerviz, mientras el rey mojaba la pluma en el tintero), Felipe II se puso cabezón, reunió todo lo que flotaba y hale, lo mandó a Inglaterra. Antes de salir, bautizó al conjunto como “Armada Invencible” a ver si los ingleses se acojonaban sólo de oírlo, pero no habían navegado ni dos mil cuatrocientas millas aproximadamente cuando, de pronto, un tsunami monstruoso empezó a tragarse marineros, velas, remos, cañones y todo lo que flotaba por delante. No vean, qué movida. Entonces, el único timonel que quedaba sano se subió al palo mayor atado con una cuerda de gorda como mi brazo y, entre tragos de agua, gritó aquello de: “Eh, una cosa, compañeros: No hemos venido a luchar contra los elementos, así que, puerta y para España”. Volvieron catorce.

Me faltan muchas cosas que contar, entre otras cómo de fácil se las ponían exactamente a Felipe II y quiénes eran, con nombres y apellidos, pero lo mucho cansa. De todas formas, lo importante queda dicho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si algún alumno pusiera este texto en un examen, yo me sentiría más que satisfecho.