martes, 8 de octubre de 2024

 

DE PÁJAROS Y BILLETES

-        Más vale pájaro en mano que cien volando.

-        ¿Cien qué?

-        Qué va a ser: pájaros.

-        Según. Si el que tienes en la mano es un gorrión esmirriado y los cien que vuelan son águilas, no hay punto de comparación.

-        El refrán quiere decir que es mejor coger algo seguro, aunque sea poco, que mucho más, pero que esté en el aire.

-        ¿En el aire? No te entiendo, Fernando.

-        Mira, por ejemplo: yo te doy ahora dos billetes de cincuenta euros por tu cara bonita, pero te prometo trescientos si te esperas.

-        ¿Si me espero cuánto?

-        Hasta que yo diga.

-        Pues dilo ya.

-        Así no es la cosa.

-        Yo me espero lo que haga falta si no me quitas los dos billetes de cincuenta.

-         Eso no es así. Yo te doy los dos de cincuenta ahora o los trescientos cuando pueda.

-         ¿Y los dos que me dabas?

-        Vuelan.

-        Mira, como los pájaros.

-         Eso es.

-        Es, pero no debería ser. Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da ya no se quita.

-        Tienes que elegir, ¿lo entiendes?

-        Mucha pasta es esa. ¿De dónde la vas a sacar?

-        Estamos hablando en sentido figurado.

-        Eso tú. Yo hablo en sentido literal, Fernando.

-        Entonces hablamos de pájaros y punto.

-        Ahora no te eches atrás.

-        No te voy a dar ni dos billetes, ni trescientos.

-        Entonces, ¿para qué te pones?

-        ¿Que yo me pongo?

-        Sí, te pones en plan generoso sin que yo te haya pedido nada, y luego donde dije digo, digo Diego.

-        Estoy pensando que he puesto un mal ejemplo.

-        Será para ti. A mí me viene cojonudo.

-        Otro día seguimos hablando. Ahora tengo que ir a la compra.

-        Y tendrás el valor de pagar con mis dos billetes de cincuenta.

Fernando echa a correr como un desatalentado, con el carrito de la compra.  


F


Fernando echa a correr como un desatalentado, con el carrito de la compra.  

 

IMPUESTOS

Están en contra de los impuestos, sin embargo, se pasean con altivez en su Maserati por las autopistas y autovías del Estado, cuya construcción y mantenimiento pagamos entre todos. Repudian los tributos, pero cuando sufren cualquier incidente a quien llaman es a la policía. Les repele el fisco, aunque algunos de ellos o de sus familiares más cercanos cobran todos los meses del erario público.  Desean una sociedad libre de cargas fiscales, sin embargo, exigen las calles barridas y bien iluminadas, las playas limpias y que les recojan la basura todos los días. Rechazan los impuestos, pero en caso de incendio llaman a los bomberos, y cuando precisan el concurso de la justicia, la acusan de ser lenta. ¿Con qué creen que se financia lo que también ellos demandan?

 

VISITA INESPERADA

¡Toc! ¡Toc!

Se abre la puerta

-        Hola, buenos días.

-        Nos dé Dios.

-        ¿Es usted Cipriano?

-        Fernández Benavides, sí señora.

-        Soy la muerte.

-        Ya

-        Cómo que ya. ¿Y no se asusta?

-        Ha visto uno tanto en la vida …

-        ¿En qué ha notado que soy la parca?

-        En la guadaña y eso.

-        Podría ser un segador de cereales

-        ¿De negro riguroso y con esas pintas?

-        Es que lo mío es impactar.

-        Pues conmigo ha pinchado en hueso, así que váyase a impactar a otra parte.

-        No puedo. Voy por la F de Fernández. Según mi lista, le toca a usted.

-        Si estoy sanísimo. ¿De qué se supone que tengo que morir?

-        Se entiende que del susto.

-        Ya ve que no.

-        Pues de un infarto definitivo.

-        Señora, le advierto que si voy al infierno será por culpa suya.

-         Otro más que se lo ha creído.

-        ¿El qué? No me diga usted eso que llevo setenta años rezando.

-        ¡Ay pardillo…! Usted se viene conmigo, le entierro y adiós por siempre jamás.

-        ¿Y lo del juicio final, tampoco?

-        Piense un poco: ¿usted cree que puede celebrarse un juicio con tropecientos mil millones de humanos a la vez?

-        Siendo Dios, todo es posible, ¿no cree?

-        Dejémonos de hostias. Venga, que tengo el féretro vacío en la carreta.

-        He dicho que no me voy, y no me voy

-        Pero hombre, si es usted soltero y no tiene familia que alimentar.

-        A ver si por ser soltero me tengo que morir ahora mismo

-        No me haga usar la guadaña, no me haga usar la guadaña.

-        Deje al menos que coja algo de ropa.

-        No se preocupe; tengo yo sudarios de todas las tallas. Usted tendrá una XXL

-        ¿Cómo lo ha sabido?

-        Tengo poderes, ya sabe.

-        ¿Y qué hago ahora con mis ahorros? Se los pensaba dar a la Iglesia, pero como me ha dicho eso, ya no.

-        Démelos a mí.

-        ¿A usted? ¡Pero si está muerto!

-        De eso nada. Una cosa es que sea la muerte y otra que esté muerto.

-        ¿Y para qué los quiere?

-        ¿No ve cómo tengo la guadaña?

-        Con el filo oxidado y el mango hecho una mierda.

-        Tiene cuatro mil años y siete meses.

-        ¡No me diga que es la misma del principio de los tiempos!

-        Es la primera que salió después del descubrimiento del hierro.

-        Si quiere se la pido yo por Amazon. Una de acero inoxidable.

-        ¿Cuánto tarda?

-        Dos días como mucho.  

-        Creo que me está entreteniendo aposta para ver si le dejo con vida.

-        Yo se lo digo por su bien.

-        Es que todavía me queda mucha gente que llevarme al huerto y ya son las 6 de la tarde.

-        ¿Quién es su jefe?

-        Nadie. No tengo que rendir cuentas, pero me jode no cumplir mi plan.

-        ¿Cuándo acaba su jornada laboral?

-        Nunca. Lo mismo me llevo a uno de madrugada que en media tarde.

-        ¿Y el fin de semana no descansa?

-        Pero si yo no me canso, ¿no ve que soy un espectro?

-        No caía… Bueno, muerte, pues aquí estamos, de palique. Tan a gusto.

-        Tengo mala conciencia.

-        Ande, ande, pase y siéntese a tomar una cerveza

-        Bueno, pero solo una y nos vamos

-        Habrá que esperar a que traigan la guadaña los de Amazon, digo yo.

-        ¡Ah, sí! No me acordaba.

-        Dos días pasan volando.

Al cabo de dos días:

¡Toc! ¡Toc!

-        ¿Quién es?

-        Traigo un paquete para el señor Fernández

-        Sí, soy yo. (abre la puerta, recoge la guadaña y firma el recibí. Entre tanto, la muerte está viendo Telecinco)

-        Aquí tiene la guadaña. De primera marca. Acero inox. de Albacete.

-        Déjela ahí que ahora estoy viendo el programa de Ana Rosa.

-        No vea usted eso, por Dios.

-        Calle, calle, que no la oigo.

(Acaba el programa)

-        ¡Huy, qué tarde es! Ya tenía que estar llevándome a los de la letra G.

-        Tengo la solución: sáltese la F y se pone al día.

-        Eso tendré que hacer. Adiós, señor Fernández, otro día vendré.

-        Sin prisas.

La muerte desenvuelve la guadaña, se recoge el faldón negro y sale por una ventana sin abrirla ni nada.

 


 

 

RECETAS DE COCINA MINIMALISTA

 

PURÉ DE FIDEO DE LA TOSCANA

Coge una lupa de aumento con luz incorporada y un estilete profesional bien afilado. Corta con él cuatro centímetros de fideo fino de la Toscana y échalos en una cacerola de ocho litros llena de agua, a ser posible potable. Sobrará agua y cacerola, pero así te aseguras. Déjalo hervir hasta que el fideo se haya deshecho. Sácale y le cuelas. En el colador, quedará el puré de fideo. Haz un alto y échate un chorro de Betadine en la herida de la mano que te hiciste al cortar el fideo y ponte una o varias tiritas de las que pegan. Cuidado al echar el Betadine que, si te pones la camisa perdida, luego no hay quien lo quite. Si el corte es más profundo, antes de ir al hospital pon el puré a fuego lento para que no se enfríe (en el 1, no vayas a socarrarle)

Una vez vendada esa mano, bien por ti, bien por el médico de urgencias, con la otra vierte el puré de fideo en un plato hexagonal, espolvorea por encima un gramo de pimienta picante Carmencita y una hoja de laurel del monte Sinaí. Si no te queda de ese monte, pues de otro (cualquiera va ahora por allí). Finalmente, saca una cucharita de café del cajón, y ponte ciego.

 

PASÁRSELO BÁRBARO

-        Me voy a dar una vuelta, Sofi

-        ¿A estas horas, Juancar?

-        Acuérdate que me llaman El Campechano

-        ¿Y?

-        Que no hay mejor momento que la noche para ejercer la campechanía entre mis súbditos.

-        Ciudadanos.

-        Bueno, tú ya me entiendes.

-        Recuerda que mañana tienes que trabajar

-        ¿Trabajar?

-        Sí. Tienes que recibir a las 11, al orfeón del colegio Mater de Deus Amantísima.

-        ¿Y no puedes atenderlos tú, Sofi?

-        Qué cosas tienes, Juancar.

-        Estoy harto, pero harto, de tanto trabajo. ¿No tuvieron bastante con lo que curré el 23-F?

-        Te tengo dicho que no puedes venir todos los días a las tantas. Te vas quedar escuchimizado.

-        Es Sabino, que me tiene la agenda a tope. Todos los días hay un ay.

-        Bueno, bueno. Vete, pero a ver qué haces por ahí, majestad campechana.

-        Lo que me dé la gana. Soy inviolable.

-        ¿Vas a pasar a los bares?

-        No, iré a casa de alguien por sorpresa. A mí siempre me abre. Ten en cuenta que soy el rey que trajo la democracia.

-        ¿Te abre? ¿Quién?

-        Digo en general.

-        Has dicho abre, en singular.

-        Ya estamos otra vez con lo mismo. Te recordé ayer que eres mi única reina.

-        Llévate el móvil por si te pasa algo.

-        No lo necesito porque hace frío y voy directamente a su apartamento.

-        ¿A su apartamento?

-        Es una manera de hablar.

-        Invitarás tú, ¿no? Llévate la cartera.

-        No te preocupes, ayer la llene con fondos reservados.

-        No vengas muy tarde.

-        Según se dé. Igual, ni vengo hasta mañana.

-        Pásatelo bien, mi rey.

-        Pienso pasármelo bárbara.

-        ¿Bárbara?

-        Quiero decir bárbaro. No seas mal pensada, reina mía.

 

 

 

LADRÓN APOCADO

¡Ringggg!

-        ¿Quién será a estas horas?

¡Ringggg!

-        Voy, voy. Qué prisas.

Abre la puerta

-        Buenas noches

-        Pero hombre de Dios, que son las cuatro de la madrugada. ¿Qué quiere?

-        Con su permiso. Vengo a robar.

-        Vaya horitas trae. ¿No puede venir después de las nueve?

-        No. Estoy a tope.

-        Es que me coje usted en pijama.

-        A mí me da igual, pero si quiere, espero a que se vista o vengo otro día.

-        No, no hace falta… pero haga el favor de quitarse la media que lleva en la cabeza. Se va a asfixiar.

-        No debo. Soy un ladrón.

-        Ya, pero hay ladrones que se ponen un antifaz. Es menos incómodo.

-        Con la media en la cabeza se mete más miedo.

-         Bueno, robe pero no haga ruido que están los niños durmiendo.

-        ¿Qué tiene usted de valor?

-        Poca cosa

-        Alguna pulsera, un collar, una colección de sellos, una cubertería de plata… no sé, algo.

-        Cuatro baratijas que compró mi mujer en el mercadillo

-        ¿Y aceite?

-        De colza. Medio litro.

-        Déjelo. Deme el dinero en efectivo que tenga, si no es mucha molestia..

-        Suelo pagar con tarjeta, de manera que solo tengo calderilla.

-        Menos da una piedra.

-        Tengo el monedero en mi cuarto.

-        Vaya, vaya a por él. No hay prisa.

Vuelve con el monedero en la mano.

-        ¿Quiere también las monedas de un céntimo y de dos?

-        Llevo ya tantas, que no me caben en el saco.

-        Se las cambian en el banco, pero antes de entrar tiene usted que quitarse la media.

-        Me da corte.

-        Otra cosa no le puedo ofrecer.

-        Hoy llevo un día…

-        ¿Están las cosas mal?

-        Peor que mal. Los ladrones de poca monta estamos en las últimas

-        Convoquen una huelga frete al Ministerio del Interior.

-        Quite, quite..

-        Digo yo una cosa: ¿por qué no se recicla para ser ladrón de mucha monta?

-        Hay que hacer planos, controlar los tiempos, comprar detectores, vigilar los movimientos… Es mucho curro.

-        Pero compensa el botín.

-        Yo es que robo por mi cuenta.

-        ¿No tiene compinches?

-        Soy yo solo.

-        Eso tiene remedio

-        Es que estoy de bajón

-        Anímese, hombre. Así no saldrá nunca de la miseria. Si quiere, yo puedo echarle una mano.

-        Se lo agradecería infinito.

-        Espere. Cojo una media de mi mujer y vamos a tope.

-        No sé. Me da cosa.

-        ¿Pero no es usted ladrón?

-        Si, pero siempre pido permiso antes de robar.

-        Así no llega a ninguna parte.

-        Es mi carácter.

-        Véngase conmigo. Daremos los golpes entre los dos.

Salen de la casa sin hacer ruido y se dirigen a la gasolinera más próxima. El ladrón, siempre va detrás. Le puede el remordimiento.