VISITA
INESPERADA
¡Toc! ¡Toc!
Se abre la puerta
-
Hola, buenos días.
-
Nos dé Dios.
-
¿Es usted Cipriano?
-
Fernández Benavides, sí señora.
-
Soy la muerte.
-
Ya
-
Cómo que ya. ¿Y no se asusta?
-
Ha visto uno tanto en la vida …
-
¿En qué ha notado que soy la parca?
-
En la guadaña y eso.
-
Podría ser un segador de cereales
-
¿De negro riguroso y con esas pintas?
-
Es que lo mío es impactar.
-
Pues conmigo ha pinchado en hueso, así que
váyase a impactar a otra parte.
-
No puedo. Voy por la F de Fernández. Según
mi lista, le toca a usted.
-
Si estoy sanísimo. ¿De qué se supone que
tengo que morir?
-
Se entiende que del susto.
-
Ya ve que no.
-
Pues de un infarto definitivo.
-
Señora, le advierto que si voy al infierno
será por culpa suya.
-
Otro
más que se lo ha creído.
-
¿El qué? No me diga usted eso que llevo
setenta años rezando.
-
¡Ay pardillo…! Usted se viene conmigo, le
entierro y adiós por siempre jamás.
-
¿Y lo del juicio final, tampoco?
-
Piense un poco: ¿usted cree que puede
celebrarse un juicio con tropecientos mil millones de humanos a la vez?
-
Siendo Dios, todo es posible, ¿no cree?
-
Dejémonos de hostias. Venga, que tengo el
féretro vacío en la carreta.
-
He dicho que no me voy, y no me voy
-
Pero hombre, si es usted soltero y no
tiene familia que alimentar.
-
A ver si por ser soltero me tengo que
morir ahora mismo
-
No me haga usar la guadaña, no me haga
usar la guadaña.
-
Deje al menos que coja algo de ropa.
-
No se preocupe; tengo yo sudarios de todas
las tallas. Usted tendrá una XXL
-
¿Cómo lo ha sabido?
-
Tengo poderes, ya sabe.
-
¿Y qué hago ahora con mis ahorros? Se los
pensaba dar a la Iglesia, pero como me ha dicho eso, ya no.
-
Démelos a mí.
-
¿A usted? ¡Pero si está muerto!
-
De eso nada. Una cosa es que sea la muerte
y otra que esté muerto.
-
¿Y para qué los quiere?
-
¿No ve cómo tengo la guadaña?
-
Con el filo oxidado y el mango hecho una
mierda.
-
Tiene cuatro mil años y siete meses.
-
¡No me diga que es la misma del principio
de los tiempos!
-
Es la primera que salió después del
descubrimiento del hierro.
-
Si quiere se la pido yo por Amazon. Una de
acero inoxidable.
-
¿Cuánto tarda?
-
Dos días como mucho.
-
Creo que me está entreteniendo aposta para
ver si le dejo con vida.
-
Yo se lo digo por su bien.
-
Es que todavía me queda mucha gente que
llevarme al huerto y ya son las 6 de la tarde.
-
¿Quién es su jefe?
-
Nadie. No tengo que rendir cuentas, pero
me jode no cumplir mi plan.
-
¿Cuándo acaba su jornada laboral?
-
Nunca. Lo mismo me llevo a uno de
madrugada que en media tarde.
-
¿Y el fin de semana no descansa?
-
Pero si yo no me canso, ¿no ve que soy un
espectro?
-
No caía… Bueno, muerte, pues aquí estamos,
de palique. Tan a gusto.
-
Tengo mala conciencia.
-
Ande, ande, pase y siéntese a tomar una
cerveza
-
Bueno, pero solo una y nos vamos
-
Habrá que esperar a que traigan la guadaña
los de Amazon, digo yo.
-
¡Ah, sí! No me acordaba.
-
Dos días pasan volando.
Al
cabo de dos días:
¡Toc!
¡Toc!
-
¿Quién es?
-
Traigo un paquete para el señor Fernández
-
Sí, soy yo. (abre la puerta, recoge la
guadaña y firma el recibí. Entre tanto, la muerte está viendo Telecinco)
-
Aquí tiene la guadaña. De primera marca.
Acero inox. de Albacete.
-
Déjela ahí que ahora estoy viendo el
programa de Ana Rosa.
-
No vea usted eso, por Dios.
-
Calle, calle, que no la oigo.
(Acaba el programa)
-
¡Huy, qué tarde es! Ya tenía que estar llevándome
a los de la letra G.
-
Tengo la solución: sáltese la F y se pone
al día.
-
Eso tendré que hacer. Adiós, señor
Fernández, otro día vendré.
-
Sin prisas.
La muerte desenvuelve la
guadaña, se recoge el faldón negro y sale por una ventana sin abrirla ni nada.
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