martes, 8 de octubre de 2024

 

VISITA INESPERADA

¡Toc! ¡Toc!

Se abre la puerta

-        Hola, buenos días.

-        Nos dé Dios.

-        ¿Es usted Cipriano?

-        Fernández Benavides, sí señora.

-        Soy la muerte.

-        Ya

-        Cómo que ya. ¿Y no se asusta?

-        Ha visto uno tanto en la vida …

-        ¿En qué ha notado que soy la parca?

-        En la guadaña y eso.

-        Podría ser un segador de cereales

-        ¿De negro riguroso y con esas pintas?

-        Es que lo mío es impactar.

-        Pues conmigo ha pinchado en hueso, así que váyase a impactar a otra parte.

-        No puedo. Voy por la F de Fernández. Según mi lista, le toca a usted.

-        Si estoy sanísimo. ¿De qué se supone que tengo que morir?

-        Se entiende que del susto.

-        Ya ve que no.

-        Pues de un infarto definitivo.

-        Señora, le advierto que si voy al infierno será por culpa suya.

-         Otro más que se lo ha creído.

-        ¿El qué? No me diga usted eso que llevo setenta años rezando.

-        ¡Ay pardillo…! Usted se viene conmigo, le entierro y adiós por siempre jamás.

-        ¿Y lo del juicio final, tampoco?

-        Piense un poco: ¿usted cree que puede celebrarse un juicio con tropecientos mil millones de humanos a la vez?

-        Siendo Dios, todo es posible, ¿no cree?

-        Dejémonos de hostias. Venga, que tengo el féretro vacío en la carreta.

-        He dicho que no me voy, y no me voy

-        Pero hombre, si es usted soltero y no tiene familia que alimentar.

-        A ver si por ser soltero me tengo que morir ahora mismo

-        No me haga usar la guadaña, no me haga usar la guadaña.

-        Deje al menos que coja algo de ropa.

-        No se preocupe; tengo yo sudarios de todas las tallas. Usted tendrá una XXL

-        ¿Cómo lo ha sabido?

-        Tengo poderes, ya sabe.

-        ¿Y qué hago ahora con mis ahorros? Se los pensaba dar a la Iglesia, pero como me ha dicho eso, ya no.

-        Démelos a mí.

-        ¿A usted? ¡Pero si está muerto!

-        De eso nada. Una cosa es que sea la muerte y otra que esté muerto.

-        ¿Y para qué los quiere?

-        ¿No ve cómo tengo la guadaña?

-        Con el filo oxidado y el mango hecho una mierda.

-        Tiene cuatro mil años y siete meses.

-        ¡No me diga que es la misma del principio de los tiempos!

-        Es la primera que salió después del descubrimiento del hierro.

-        Si quiere se la pido yo por Amazon. Una de acero inoxidable.

-        ¿Cuánto tarda?

-        Dos días como mucho.  

-        Creo que me está entreteniendo aposta para ver si le dejo con vida.

-        Yo se lo digo por su bien.

-        Es que todavía me queda mucha gente que llevarme al huerto y ya son las 6 de la tarde.

-        ¿Quién es su jefe?

-        Nadie. No tengo que rendir cuentas, pero me jode no cumplir mi plan.

-        ¿Cuándo acaba su jornada laboral?

-        Nunca. Lo mismo me llevo a uno de madrugada que en media tarde.

-        ¿Y el fin de semana no descansa?

-        Pero si yo no me canso, ¿no ve que soy un espectro?

-        No caía… Bueno, muerte, pues aquí estamos, de palique. Tan a gusto.

-        Tengo mala conciencia.

-        Ande, ande, pase y siéntese a tomar una cerveza

-        Bueno, pero solo una y nos vamos

-        Habrá que esperar a que traigan la guadaña los de Amazon, digo yo.

-        ¡Ah, sí! No me acordaba.

-        Dos días pasan volando.

Al cabo de dos días:

¡Toc! ¡Toc!

-        ¿Quién es?

-        Traigo un paquete para el señor Fernández

-        Sí, soy yo. (abre la puerta, recoge la guadaña y firma el recibí. Entre tanto, la muerte está viendo Telecinco)

-        Aquí tiene la guadaña. De primera marca. Acero inox. de Albacete.

-        Déjela ahí que ahora estoy viendo el programa de Ana Rosa.

-        No vea usted eso, por Dios.

-        Calle, calle, que no la oigo.

(Acaba el programa)

-        ¡Huy, qué tarde es! Ya tenía que estar llevándome a los de la letra G.

-        Tengo la solución: sáltese la F y se pone al día.

-        Eso tendré que hacer. Adiós, señor Fernández, otro día vendré.

-        Sin prisas.

La muerte desenvuelve la guadaña, se recoge el faldón negro y sale por una ventana sin abrirla ni nada.

 


 

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