EN LA NOTARÍA
-
Hola, buenas. ¿Es aquí donde dan fe?.
-
Sí. ¿Qué quería?
-
Creer en algo.
-
De esa fe no damos. Tendrá que ir a la iglesia.
-
¿Qué fe dan, entonces?
-
Fe pública.
-
¿Todavía no la han privatizado?
-
Veo que ignora lo que significa la expresión fe
pública.
-
Fe de muchos, supongo.
-
No exactamente, pero algo así.
-
Pues, fe de muchos, consuelo de tontos.
-
Lo que es consuelo de tontos es el mal.
-
Y más cosas, no vaya a creer.
-
Me refiero al refrán, ya sabe.
-
Bueno, dejémonos de gaitas y explíqueme en qué consiste
eso.
-
¿Ve este documento que tengo delante?
-
¿Cuál, ese?. Sí, claro.
-
Mi misión consiste en decir que lo que pone aquí, lo
pone.
-
Eso también lo digo yo.
-
Ya, pero si usted lo dice no va a misa, y si lo digo
yo, sí.
-
No veo por qué, si los dos leemos lo mismo.
-
Porque yo soy notario y puedo dar fe de que está
escrito lo que está escrito; en cambio usted, no.
-
¿Y, quién me da a mí fe de que está leyendo lo que pone
y no se inventa la mitad?
-
También yo.
-
Qué jodío: usted se lo guisa y usted se lo come.
-
¿Qué pasa; que no se fía de mí?. Además, antes de dar
fe se lo leo a las partes y pregunto si están de acuerdo con lo que allí se dice.
-
¿Cómo no van a estar de acuerdo, si cuando acuden a
usted es porque están de acuerdo?
-
Así funcionan las cosas. Por ejemplo: si el banco le
concede a usted un crédito hipotecario, vienen a mí y yo les redacto una
escritura en la que diga que el banco le ha concedido un crédito hipotecario.
-
Perdone, pero en esto yo solo veo redundancias.
-
La normativa es la normativa, amigo mío.
-
Vaya movida más tonta… Y, seguro que cobra por eso.
-
Un pico.
-
Entonces no da fe; la cobra.
-
Si se va a poner así de quisquilloso, no sigo
explicándole.
-
En cualquier caso, no me negará que si fe es creer sin
ver, lo que hacen ustedes lo ve cualquiera, de modo que no es fe lo que dan.
-
¿Ha hecho usted testamento?
-
Qué desagradable. ¿A qué viene eso ahora?
-
Trato de explicarle en qué consiste mi función con otra
variante. Usted me cuenta a quién deja sus bienes, yo lo escribo en una
cuartilla, firmamos debajo y ya se puede morir tranquilo.
-
¿De verdad cree que morirse tranquilo depende de eso?
-
Entiéndame…
-
Me gustaría, pero mientras siga diciendo cosas
absurdas, no puedo.
-
Ándese con ojo. Puedo dar fe de lo que acaba de decir y
ponerle una querella.
-
Lléveme a juicio. Lo negaré todo.
-
Ya, pero recuerde que lo que yo digo es lo que vale.
-
Está bien, lo retiro.
-
Antes de irse tengo que dar fe de su visita.
-
¿Va a poner que he estado donde he estado?
-
Claro. Es imprescindible.
-
¿Para qué?
-
Para cobrarle la minuta: son dos mil quinientos setenta
y ocho con doce.
-
La fe será pública, pero el negocio bien privado que
es.
-
Deje de hacer juegos de palabras y acoquine.
-
Le haré un talón.
-
¿No será sin fondos?
-
Tenga fe, hombre, tenga fe.
El incrédulo
entrega el talón al pasante y, cuando llega a la calle, echa a correr, entra en
el banco y deja la cuenta a cero. Desde entonces, el notario, cuando relata la
anécdota siempre se refiere al incrédulo como “aquel maldito antisistema”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario