SEGUROS
¡Toc! ¡Toc! (Llaman a la puerta)
UNO.- (Abre). Hola, buenos días.
¿Qué se le ofrece?
VENDEDOR.- Quería saber si se
siente seguro.
U.- A menos que sea usted un
atracador y me saque aquí mismo una navaja, sí que me siento seguro.
V.- Suponga que lo soy.
U.- ¿El qué? ¿Un atracador?. Entonces,
no.
V.- Pues bien, yo le ofrezco una
póliza que cubre esa posibilidad.
U.- ¿De robo?. Ya tengo.
V.- No, no. Lo que cubre es la eventualidad
de que yo pudiera ser un atracador.
U.- Pero no lo es.
V.- ¿Por qué está tan seguro?
U.- No tiene pinta
V.- Es que la pinta no hace al
monje
U.- No me diga que es usted
monje…
V.- Claro que no.
U.- Sea como fuere, lo que desde
hace siglos se discute si hace o no al monje es el hábito.
V.- Pinta o hábito, en esta
conversación significan lo mismo.
U.- Es que dicho así: “La pinta
no hace al monje”, da la impresión de que está devaluando al fraile.
V.- Dios me libre. Digamos el
hábito, entonces.
U.- En cualquier caso, lo que hace
monje al monje, es el monje mismo.
V.- Naturalmente. Por tanto, lo
que hace atracador al atracador, no es el hábito, sino el propio atracador.
U.- Los atracadores no llevan
hábito; en todo caso, antifaz o una media de señora en la cabeza.
V.- Solo pretendía continuar su línea
argumental.
U.- Una cosa es lo que pretendía
y otra lo que ha conseguido: embarullar la venta.
V.- Está bien, dejémoslo ahí.
Para que me entienda, lo que yo le ofrezco es un seguro que cubre todo eso.
U.- ¿La pinta, el atracador, el
monje y el hábito?
V.- Si prefiere verlo de esa manera,
sí.
U.- ¿Y, por qué tengo yo que correr
con el seguro de un monje que ni conozco?. Que se lo pague él.
V.- Veo que es usted un cliente
difícil.
U.- Se equivoca. Me han vendido
tantos seguros que no me da el sueldo para pagarlos.
V.- Entonces, lo que usted
necesita es asegurarse de que llegará a fin de mes.
U.- Claro, pero si no llego
ahora, menos llegaré si además compro el seguro que usted me intenta colar.
V.- Se equivoca. La gracia de
este producto es precisamente esa, que le cubre una cosa y su contraria. Una de
sus características fundamentales es la incoherencia.
U.- Enséñeme la letra pequeña, a
ver si es verdad.
V.- ¿Tiene microscopio en casa?
U.- Lupa, tengo lupa. ¿Voy a por
ella?
V.- No se moleste: las letras
tienen el tamaño de un protozoo.
U.- Joder, qué seguro más bien
pensado.
V.- En esta profesión, si no
innovas, estás muerto.
U.- ¿Y, dice que no es usted un
atracador profesional?
V.- Claro. ¿En algún momento he
usado la violencia?
U.- Hasta ahora, no, pero es lo
único que le falta.
V.- No se asegure si no quiere, sin
embargo, en cuanto cierre la puerta se arrepentirá.
U.- ¿Piensa echarla abajo?
V.- Yo, no, pero puede que lo
haga usted mismo.
U.- ¿Y, eso?
V.- De rabia que le dará por haber perdido la oportunidad de su vida.
U.- ¿Sabe lo que pasa?: que
cuantos más seguros tengo, más acobardado vivo.
V.- Ahora que lo dice, puedo
ofrecerle un seguro universal antiacojono, pero vale una pasta.
U.- No importa. Con los tiempos
que corren, ese sí que lo firmo. Traiga aquí.
Al día siguiente, el comprador ordenó
al banco que devolviera todos los demás seguros, menos ese, que también dejó de
pagar años más tarde, cuando ya había aprendido a vivir sin miedos.
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