viernes, 27 de diciembre de 2013


SEGUROS

 

¡Toc! ¡Toc! (Llaman a la puerta)

 

UNO.- (Abre). Hola, buenos días. ¿Qué se le ofrece?

VENDEDOR.- Quería saber si se siente seguro.

U.- A menos que sea usted un atracador y me saque aquí mismo una navaja, sí que me siento seguro.

V.- Suponga que lo soy.

U.- ¿El qué? ¿Un atracador?. Entonces, no.

V.- Pues bien, yo le ofrezco una póliza que cubre esa posibilidad.

U.- ¿De robo?. Ya tengo.

V.- No, no. Lo que cubre es la eventualidad de que yo pudiera ser un atracador.

U.- Pero no lo es.

V.- ¿Por qué está tan seguro?

U.- No tiene pinta

V.- Es que la pinta no hace al monje

U.- No me diga que es usted monje…

V.- Claro que no.

U.- Sea como fuere, lo que desde hace siglos se discute si hace o no al monje es el hábito.

V.- Pinta o hábito, en esta conversación significan lo mismo.

U.- Es que dicho así: “La pinta no hace al monje”, da la impresión de que está devaluando al fraile.

V.- Dios me libre. Digamos el hábito, entonces.

U.- En cualquier caso, lo que hace monje al monje, es el monje mismo.

V.- Naturalmente. Por tanto, lo que hace atracador al atracador, no es el hábito, sino el propio atracador.

U.- Los atracadores no llevan hábito; en todo caso, antifaz o una media de señora en la cabeza.

V.- Solo pretendía continuar su línea argumental.

U.- Una cosa es lo que pretendía y otra lo que ha conseguido: embarullar la venta.

V.- Está bien, dejémoslo ahí. Para que me entienda, lo que yo le ofrezco es un seguro que cubre todo eso.

U.- ¿La pinta, el atracador, el monje y el hábito?

V.- Si prefiere verlo de esa manera, sí.

U.- ¿Y, por qué tengo yo que correr con el seguro de un monje que ni conozco?. Que se lo pague él.

V.- Veo que es usted un cliente difícil.

U.- Se equivoca. Me han vendido tantos seguros que no me da el sueldo para pagarlos.

V.- Entonces, lo que usted necesita es asegurarse de que llegará a fin de mes.

U.- Claro, pero si no llego ahora, menos llegaré si además compro el seguro que usted me intenta colar.

V.- Se equivoca. La gracia de este producto es precisamente esa, que le cubre una cosa y su contraria. Una de sus características fundamentales es la incoherencia.

U.- Enséñeme la letra pequeña, a ver si es verdad.

V.- ¿Tiene microscopio en casa?

U.- Lupa, tengo lupa. ¿Voy a por ella?

V.- No se moleste: las letras tienen el tamaño de un protozoo.  

U.- Joder, qué seguro más bien pensado.

V.- En esta profesión, si no innovas, estás muerto.

U.- ¿Y, dice que no es usted un atracador profesional?

V.- Claro. ¿En algún momento he usado la violencia?

U.- Hasta ahora, no, pero es lo único que le falta.

V.- No se asegure si no quiere, sin embargo, en cuanto cierre la puerta se arrepentirá.

U.- ¿Piensa echarla abajo?

V.- Yo, no, pero puede que lo haga usted mismo.

U.- ¿Y, eso?

V.- De rabia que le dará  por haber perdido la oportunidad de su vida.

U.- ¿Sabe lo que pasa?: que cuantos más seguros tengo, más acobardado vivo.

V.- Ahora que lo dice, puedo ofrecerle un seguro universal antiacojono, pero vale una pasta.

U.- No importa. Con los tiempos que corren, ese sí que lo firmo. Traiga aquí.

 

Al día siguiente, el comprador ordenó al banco que devolviera todos los demás seguros, menos ese, que también dejó de pagar años más tarde, cuando ya había aprendido a vivir sin miedos.

 

 

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