miércoles, 23 de diciembre de 2009

DON QUIJOTE Y SANCHO

En esto acaeció que dijo D. Quijote a Sancho:

D. Quijote.- Un encantamiento sin par, amigo Sancho, nos ha traído a la España del
siglo XXI para que tú y yo libremos batalla contra el gigante Especulador y limpiemos estas tierras de rufianes y malandrines. Y a ello vamos, fiel escudero.
Sancho.- Quiera Dios, valeroso hidalgo, que no sea otra aventura desas de las que salimos a trompicones, trasquilados y con el rabo entre las piernas, que ya no tengo yo el costillar para mandobles.
D. Quijote.- No ha de ser como dices, Sancho, que ya estás otra vez con lo mesmo.
No te acogotes y pega las posaderas al rocín lo mejor que sepas, porque nos dirigimos
apriesa hacia aquel lugar que desde aquí se divisa, a ver qué se cohecha.
Sancho.- Si vuestra merced presupone engolfamiento antes de llegar, barrunto pendencias.
D. Quijote.- Razón tienes en eso, amigo. Acerquémonos pues con el seso limpio de
juicios prematuros y males imaginarios. Por allí viene un lugareño bien encopetado... Eh, buen hombre, ¿sabe vuestra merced dónde hemos de dar con el gigante Especulador?
Señor.- Especuladores hay un ejército, mire usted, pero el que más no sabría indicarle.
D. Quijote.- Vaya con Dios, y si ve algunos dellos dígales que el valeroso caballero
Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho les han de dar justo escarmiento si no abandonan sus trilerías.
Sancho.- Mire, mi señor Don Quijote, que ha dicho un ejército y nosotros sólo semos dos: vuestra merced, tan flaco que le descabalga un soplo, y yo, que en estas artes más diestro soy en recibir que en dar. Vayámonos de aquí antes de que nos destripen a lanzadas.
D. Quijote.- Temes por tus tripas porque las tienes hermosas, y el daño que te harían
hasta acabar con ellas duraría un eterno, ¿no es eso, Sancho?.
Sancho.- Como vuestra merced sólo tiene una y enjuta, reúne menos sitio que doler.
D. Quijote.- No ha de dolernos ni a ti ni a mí, hombre de flaca fe. Si te amilanas antes
de empezar la aventura, mal has de terminalla.
Sancho.- En mala hora puse el aparejo al rocín y salí tras vos, que más parece ese peto que lleváis un imán de tremolinas que otra cosa.
D. Quijote.- No es de cuerdos arrepentirse de lo que dará gloria y fama, Sancho. Cada
chichón que hoy te saliere por los palos que recibas desfaciendo entuertos, mañana será contado como hazaña sin igual.
Sancho.- Si saliere a chichón la hazaña lo daría por bien empleado, aunque no estaría mal si cada uno dellos viniere acompañado además de talega con dinero contante y sonante. Pero dígame, mi señor Don Quijote, ¿qué hace de malo, si puede saberse, el gigante Especulador, para que nos andemos tras él?
D. Quijote.- Comprar algo por diez y vendello por ciento sin que medie trabajo alguno
entre lo uno y lo otro.
Sancho.- Su oficio es la holganza, ni más ni menos, y de ella hace fortuna.
D. Quijote.- ¡Por el yelmo de Mambrino! ¿Cómo llamas oficio, Sancho ignorante, a proceder tan vano?. Mal te funciona el caletre, por lo que veo.
Sancho.- Mire vuestra merced que no conocemos las trapisondas de estos tiempos, sus costumbres ni tejemanejes, y a lo mejor lo que a nosotros nos parece fullería, para ellos es afición cabal y consentida.

D. Quijote.- ¡Por todos los rebuznos!. Fueren los tiempos que fueren, sacar cien de donde había diez sin doblar el espinazo y dedicarse a ello de corrido como cosa natural, o es ocupación de magos o de granujas, Sancho.
Sancho.- ¿Y cómo sabremos distinguir quién es el gigante Especulador que campa por estos lugares?
D. Quijote.- Según revelóme el encantamiento que hasta aquí nos trajo, es menester que nos hagamos pasar por amos de tierras rústicas que lindan con lo que llaman urbano y diremos vendellas por cuatro reales. Haz lo que digo, Sancho: colócate en aquel lindero, frente a ese montón que allí ves, con este papel en el pecho y espera.
Sancho.- ¿Qué pone en él: “Tiro al Sancho”?. Mire, mi señor D. Quijote, que prefiero irme al otro mundo oyendo sonar las tripas de hambre a morir doblado a cantazos.
D. Quijote.- Calla, mentecato. Lo que dice en el papel es: “Se vende. Razón: yo mesmo”. Al que se te acerque le cuentas que, además, vendes otras diez haciendas tan bien situadas o mejor, que esa. El que diga que te las compra todas, ese es el gigante Especulador. Hazme una seña entonces, que yo estaré escondido detrás de aquella encina.
(Pasaron por allí muchos, todos a pie: unos le compraban sólo ese rústico, otros dos, incluso tres, pero ninguno llegaba a los diez, hasta que se paró una limusina. Se bajó el cristal de una de las ventanillas traseras; alguien hizo una seña a Sancho para que se acercara. A los pocos segundos salieron del coche dos fornidos guardaespaldas y lo metieron dentro a empujones)

Sancho.- ¡¡Mi señor D. Quijote, mi señor D. Quijote, socórrame que me llevan a un sitio que llaman notaría a que firme no se qué escrituras...!!

D. Quijote.- ¡Alto ahí. Ya os tengo, bellacos! ¡Non fuyades y pelead contra el caballero andante más valeroso que conocerse haya!

(Arremetió D. Quijote contra la limusina, y cuando yacía en el suelo con la lanza partida en dos y el yelmo abollado, salieron del coche los guardaespaldas y no le dejaron hueso sano. De Sancho se sabe que estuvo más un mes sin conocimiento en la UVI del Gregorio Marañón).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

JAJAJAJAJA!!!MUY BUENO!Divertido y con su moraleja quijotesca al estilo contemporáneo!!!

Anónimo dijo...

¡Qué bueno!