martes, 22 de diciembre de 2009

PRESENCIA Y MODA (POUR HOMME)

Con lo que todo el mundo habla de la moda y no haberme referido nunca a ella es un fallo garrafal que voy a corregir en este mismo instante. Iré de arriba abajo, siguiendo un orden que podré saltarme o no en cualquier momento, ya veremos. Este mes empezaremos por la cabeza. El que viene, según vea.

Para que una CABEZA no llame poderosamente la atención de otras que la miren, es imprescindible cumplir a rajatabla dos requisitos básicos: primero, llevarla permanentemente unida al cuerpo por la parte superior del cuello y, segundo, que el cogote quede siempre en la parte de atrás. Si, movidos por el afán de singularidad tan común en estos tiempos, nos operásemos para llevar pecho y nuca en el mismo plano, aparte de lo incómodo que resulta sonarse la nariz con el brazo en viceversa, iríamos por la vida de hostia en hostia. Al que no le guste su cabeza en general, puede encapuchársela o apagar la luz cada vez que se enfrente a un espejo, pero se engaña él solo porque la sigue teniendo. Una alternativa es degollarse, pero entonces, qué.

El PELO, es un compuesto de muchos hincados apto para hacer manojos que crece en la cabeza; en otras partes también, pero si estoy hablando ahora de la cabeza, estoy hablando de la cabeza, a ver si nos centramos. Hay masculinos que, bien porque su pelo les estomaga, bien porque no están dispuestos a peinarse a diario, se pasan la maquinilla y una obligación menos. Nada que objetar. No obstante debo advertir que antes de ir por la calle con el cráneo en porreta, es aconsejable medir la separación que en cada uno exista entre las puntas superiores de sus orejas y las sienes pelonas, y creo que se entiende por qué lo digo. Ante una distancia superior a ocho centímetros, el mundo de la moda recomienda no rapar y dejar las cosas como están. Porque una vez consumado el acto, aunque las madres siempre intentan consolar al esquilado diciéndole “no te preocupes, hijo, ya crecerá”, el mensaje no cala: crecer, crece, pero tarda, y mientras tarda hay miradas que joden.
En cuanto al pelo que se lleva sobre la cabeza, según los champús hay cuatro variedades que me acuerde ahora: seco, graso, normal y con caspa. Sea cual sea el suyo, mi consejo es lavarlo por lo menos una vez, y no voy a decir cada cuanto tiempo porque no quiero poner en evidencia a nadie. Aunque, bueno, siempre se les puede recordar por ejemplo a los de cabellera grasienta, que lo que gana si se deja mucho tiempo en aceite no es el pelo, sino el queso. Si tienes caspa, debes saber que el efecto del champú sólo dura mientras estás dándole al secador. La única manera de que no llegue a caer sobre los hombros es esquivarla, pero se vuelve uno loco. Más cómodo que eso es instalarse en la espalda un juego de ventiladores a pilas conectados a un temporizador oculto en el sobaco, que los pone en funcionamiento cada equix gramos de manto blanco. De todas formas voy a seguir dándole vueltas a este asunto porque tiene que haber otra solución menos engorrosa.

Las PATILLAS largas tienen su aquel. Hay quien las deja crecer por los brazos hasta los codos para luego taparse la calva con ellas, rematando arriba en forma de lazo. No digo que no sea un apaño flipante, pero rompe la ortodoxia modal. A propósito, los calvos no diremos nunca que lo somos, sino que tenemos el pelo de metacrilato, y si alguien se ríe mucho, en el momento de abrir la boca se le señala con el dedo al diente que tenga torcido y a tresbolillo, veréis como se le corta el cachondeo.

Los que lucen CEJAS juntas y muy densas a modo de seto o barricada pero, en cambio, empiezan a perder el pelo delantero de la cabeza y eso les traumatiza, pueden peinárselas hacia arriba hasta llegar a cubrir las calvas. Así nadie sabrá nunca cuántos dedos de frente se tienen, aunque cualquiera puede deducir que quien ha sido capaz de llegar a eso, muchos más de dos, no. A lo lejos, las cejas muy inclinadas hacia los lados de la cara parecen cicatrices con lañas. Para que quedaran bien, habría que operarse de los ojos dándoles la misma angulación que las cejas, pero ya es armar mucho lío. Que se queden como están, yo creo.

Los OJOS grandes con mucho blanco y poco magro dan la impresión de que el propietario mira desde el fondo del cogote. Hay que salir de ahí. Mientras tanto, podemos agrandar la circunferencia del iris pegando a su alrededor unas arandelas del mismo color o de otro que haga juego con la retina, aunque en ese caso habrá que tener cuidado con el parpadeo repetitivo y las miradas de reojo, por las rozaduras.
Cuando se tienen los ojos pequeños y muy juntos, dejan mucho sitio libre y sobra cara (dura o blanda, ahí ya no me meto). Algo hay que hacer con tanta sien. Una solución es dejarse dos carriles de patillas a cada lado, separados por una línea de pelo teñida de distinto color; otra salida, comprarse unas gafas con montura de cinco centímetros de ancho en los tramos que van desde los rabillos de cada ojo hasta la oreja de su lado. Tampoco está mal tatuarse un león de las Cortes a cada lado ... en fín, no sé; darle vueltas vosotros también, a ver si se os ocurre algo, joer.
Lo que desde el mundo de la moda podemos afirmar categóricamente de LA LEGAÑA es que no es bella; ahora bien, si se mantienen dos por ojo guardando simetría, no sólo se atenúa el mal efecto inicial sino que, a cierta distancia podrían parecer lágrimas de oro. Y eso pone.
Para terminar con los ojos, daremos un consejo a quien enamoró a primera vista: si, a los pocos días del embeleso te sale un orzuelo pertinaz, mejor no vuelvas a quedar con ella hasta que ceda la hinchazón. Aunque estuviera loca por tu body, una mirada con ojos de carnero degollado y a través de una pústula no hay flechazo que lo resista. Si no puedes estar sin verla y sales, ponte un parche y la susurras que estás tuerto por ella (¿o se dice ciego?). Bueno, no sé.

En la próxima entrega bajaré por las orejas hasta donde llegue.

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